Recordando los Viejos Tiempos:
LA CAJA RONCA
(Fue así cómo me lo conto mi Abuelo)
Por Dr. Nelson Muy
Lucero. MD
Eran las 11H: 30 de la noche
cuando Miguel y Facundo “muertos de frío” caminaban por un chaquiñán, siguiendo
el portillo y llegando cerca de la quebrada de Chacapamba, una zona profunda y
funesta, que por peligrosa a nadie se le ocurría caminar por allí,
especialmente las noches, porque decían que allí se esconde un ser malévolo y
espantoso. A esa hora la obscuridad reinaba por el lugar, pero tenían que
cumplir con el encargo del papá de Facundo.
Don Tobías, debido a su
enfermedad, le había pedido a su hijo que fuera hacia su propiedad y que
sacando agua de la quebrada, que pasaba por ahí, regara las sementeras de hortalizas…
ya que si no lo hacía, se podían echarse a perder, debido al largo verano que
padecía la región.
Toda esa zona en ese
entonces, estaba rodeada de potreros (donde aterrizaban los gallinazos), cuando
de pronto Miguel escuchó el “tararan/tararan/tararan/tran/tan” era un ruido que
provenía desde la profunda quebrada.
Con su mano detuvo a Facundo
y le dijo: “¿Escuchaste?”…se quedaron quietos por el miedo, como estatuas, como
si se hubieran congelado…con sus ojos desorbitados, sondeaban en la obscuridad
de la calle. En efecto, a lo lejos únicamente se volvió a escuchar el “tararan/tararan/tararan/tran/tan”
de un redoblante.
Que te sucede…tranquilo que
“no es nada”, le dijo Facundo, como tratando de aparentar valentía, pero el “tararan/tararan/tararan/tran/tan”
cada vez se acercaba más y más, fue cuando se decidieron esconderse tras el
tapial de una casa abandonada.
El reloj de Facundo marcaba
las doce en punto de la noche. Levantó su cabeza y escuchó paralizado el arrastrar
de cadenas; sintiendo que sus miembros le traicionaban mientras esos ruidos
iban acercándose más y más; de pronto vio que bajo un árbol de nogal salía una
enorme figura humana de tres o cuatro metros que tiraba de las cadenas que se
encontraban atadas a un ataúd; ese rostro era verde clarísimo y sus ojos dos
hornos encendidos; dientes rojísimos, vestido de ropaje negro y emanando un
fuerte olor a azufre.; Miguel logró correr unos pocos metros, cayendo
pesadamente y perdiendo la conciencia, con semejante escena, Facundo se
desplomó pero sin perder la conciencia; el misterioso ser detuvo su marcha,
sacó una sábana envolviendo al desesperado joven, quien escuchaba el sonido del
arrastre de las cadenas.
La abominable figura tomó
en su mano derecha al rehén y con la izquierda asiendo de la cadena continuaba
su viaje, pero cuando se disponía a saltar al abismo, hacia el fondo de la
quebrada de “chacapamba” fue cuando en ese preciso instante que Facundo logró
empuñar con su mano izquierda la milagrosa medalla -recuerdo de la Primera
Comunión- pasaron segundos tensos, sintiéndose que flotaba en el aire como una
pluma en el viento, al ser “milagrosamente” liberado de su espantosa
envoltura. A partir de ese momento, no recordaba nada.
Mientras tanto regresando
en sí, Miguel, terminaba de ver la macabra escena de la procesión, con seres
que flotaban sobre el suelo, acompañados del “tararan/tararan/tararan/tran/tan”
sin poderles ver sus rostros, pues estaban misteriosamente ocultos en las
capuchas, llevando unas velas enormes pero apagadas, más atrás una carroza avanzaba
lentamente traqueteando y chirriando envuelta en llamas, sobre esta riéndose a
carcajadas un ser terrorífico y demoniaco, detrás de la carrosa flotando sobre
el aire un ser blanquecino, casi transparente, era el que acompasaba la marcha fúnebre
con una especie de tambor, produciendo el espeluznante ruido “tararan/tararan/tararan/tran/tan”.
Miguel volvió a desmayarse
por la fuerte impresión causada por esa aparición. En el silencio de la noche con
mucho esfuerzo se levantaron; sintiendo una tremenda pesadez de las piernas, con
sus cabezas dando vueltas. Recuperándose del susto, Facundo se dio cuenta que
se encontraba al borde de la quebrada, y en su mano izquierda sostenía una de aquellas
largas velas, que eran las mismas que llevaban aquellos espectros de la macabra
procesión. Igualmente estaba ocurriendo con Miguel que sostenía otra similar. Luego
de reencontrarse se miraron fijamente, observaron, lo que sostenían sus manos:
¡lo que parecían velas, no lo eran, sino huesos, unas enormes tibias de algún mortal!
Con gritos desesperación
gritaban los muchachos, despertando a los vecinos. Todos salieron a ver qué
pasaba, alumbrados con candiles en las manos, asombrados vieron a los dos
muchachos, con la boca abierta, como si fueran dos estatuas, pálidos como la
cera y emanando espuma de la boca, hablando incoherencias, de forma atropellada
con palabras que nadie entendía.
Contaron que por un buen
tiempo trataron en calmarlos, dándoles de beber litros de agua de toronjil,
mojándoles la cabeza con agua fría y frotándoles con “agua florida” y aguardiente
alcanforado.
Cuando Facundo y Miguel,
pudieron explicar lo sucedido, los vecinos de aquel barrio se estremecieron
ante tamaña experiencia que acababan de padecer los pobres muchachos. Llenos de
compasión se ofrecieron para llevarlos hasta sus respectivas casas.
Lo acontecido, no fue suficiente
para convencer al papá de Miguel. Para Don Tobías aquello no era más que un
cuento, un ridículo cuento para justificar el hecho de que su hijo no había obedecido,
y por lo tanto no había hecho el mandado.
De nada valieron las
explicaciones, pues no tenían pruebas, los chicos no recordaban donde habían dejado
los huesos del muerto que tenían en sus manos… ¿Dónde estaban las tibias?
ja,ja,ja…sonrió don Tobías…a lo mejor no eran más que un par de botellas frías
y para mí que aquí no hay mas diablos que ustedes mismos, chicos; diciendo
estas palabras, volvió a sonreír, pero esta vez con un gutural timbre de voz, estremeciendo
a toda la casa y asustando nuevamente a los muchachos.
De pronto, alguien lo dijo
que había vuelto a escuchar claramente el funesto ruido del “tararan/tararan/tararan/tran/tan”…
la discusión paro inmediatamente, para poder oír aquel envolvente ruido, todos
se guardaron silencio, pero lo único que se percibía era el viento del
atardecer aullando entre los guabos y los viejos Sauces.
Todos consternados por el
acontecimiento observaron, como una especie de niebla espesa avanzaba
lentamente cubriendo los potreros y, aunque nadie escucho otro “tararan/tararan/tararan/tran/tan”…pero
todos coincidían que algo extrañamente misteriosos y frío les recorrió por las
espaldas esos momentos.
Su abuelito que también se
encontraba entre la muchedumbre, dijo luego de suspirar:
¡Creo que ha sido la Caja ronca!
Y “tararan/tararan/tararan/tran/tan”…esta
leyenda ha llegado a su fin.
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