viernes, 18 de octubre de 2013

LAS ABUELAS Y SUS CUENTOS...savias enseñanzas


Recordando los Viejos Tiempos:


LA CAJA RONCA
(Fue así cómo me lo conto mi Abuelo)

Por Dr. Nelson Muy Lucero. MD


Eran las 11H: 30 de la noche cuando Miguel y Facundo “muertos de frío” caminaban por un chaquiñán, siguiendo el portillo y llegando cerca de la quebrada de Chacapamba, una zona profunda y funesta, que por peligrosa a nadie se le ocurría caminar por allí, especialmente las noches, porque decían que allí se esconde un ser malévolo y espantoso. A esa hora la obscuridad reinaba por el lugar, pero tenían que cumplir con el encargo del papá de Facundo.

Don Tobías, debido a su enfermedad, le había pedido a su hijo que fuera hacia su propiedad y que sacando agua de la quebrada, que pasaba por ahí, regara las sementeras de hortalizas… ya que si no lo hacía, se podían echarse a perder, debido al largo verano que padecía la región.
Toda esa zona en ese entonces, estaba rodeada de potreros (donde aterrizaban los gallinazos), cuando de pronto Miguel escuchó el “tararan/tararan/tararan/tran/tan” era un ruido que provenía desde la profunda quebrada.

Con su mano detuvo a Facundo y le dijo: “¿Escuchaste?”…se quedaron quietos por el miedo, como estatuas, como si se hubieran congelado…con sus ojos desorbitados, sondeaban en la obscuridad de la calle. En efecto, a lo lejos únicamente se volvió a escuchar el “tararan/tararan/tararan/tran/tan” de un redoblante.

Que te sucede…tranquilo que “no es nada”, le dijo Facundo, como tratando de aparentar valentía, pero el “tararan/tararan/tararan/tran/tan” cada vez se acercaba más y más, fue cuando se decidieron esconderse tras el tapial de una casa abandonada.

El reloj de Facundo marcaba las doce en punto de la noche. Levantó su cabeza y escuchó paralizado el arras­trar de cadenas; sintiendo que sus miembros le traicionaban mien­tras esos ruidos iban acercándose más y más; de pronto vio que bajo un árbol de nogal salía una enorme figura humana de tres o cuatro metros que tiraba de las cadenas que se encontraban atadas a un ataúd; ese rostro era verde clarísimo y sus ojos dos hor­nos encendidos; dientes rojísimos, vestido de ropaje negro y emanando un fuerte olor a azufre.; Miguel logró correr unos pocos metros, cayendo pesadamente y perdiendo la conciencia, con semejante esce­na, Facundo se desplomó pero sin perder la conciencia; el misterioso ser detu­vo su marcha, sacó una sábana envolviendo al desesperado joven, quien escuchaba el sonido del arrastre de las cadenas.

La abominable figura tomó en su ma­no derecha al rehén y con la izquierda asiendo de la cadena continuaba su viaje, pero cuando se disponía a saltar al abismo, hacia el fondo de la quebrada de “chacapamba” fue cuando en ese preciso instante que Fa­cundo logró empuñar con su mano izquierda la mi­lagrosa medalla -recuerdo de la Pri­mera Comunión- pasaron segundos tensos, sintiéndose que flotaba en el aire como una pluma en el viento, al ser “milagrosamente” liberado de su espan­tosa envoltura. A partir de ese mo­mento, no recordaba nada.




Mientras tanto regresando en sí, Miguel, terminaba de ver la macabra escena de la procesión, con seres que flotaban sobre el suelo, acompañados del “tararan/tararan/tararan/tran/tan” sin poderles ver sus rostros, pues estaban misteriosamente ocultos en las capuchas, llevando unas velas enormes pero apagadas, más atrás una carroza avanzaba lentamente traqueteando y chirriando envuelta en llamas, sobre esta riéndose a carcajadas un ser terrorífico y demoniaco, detrás de la carrosa flotando sobre el aire un ser blanquecino, casi transparente, era el que acompasaba la marcha fúnebre con una especie de tambor, produciendo el espeluznante ruido “tararan/tararan/tararan/tran/tan”.

Miguel volvió a desmayarse por la fuerte impresión causada por esa aparición. En el silencio de la noche con mucho esfuerzo se levantaron; sintiendo una tremenda pesadez de las piernas, con sus cabezas dando vueltas. Recuperándose del susto, Facundo se dio cuenta que se encontraba al borde de la quebrada, y en su mano izquierda sostenía una de aquellas largas velas, que eran las mismas que llevaban aquellos espectros de la macabra procesión. Igualmente estaba ocurriendo con Miguel que sostenía otra similar. Luego de reencontrarse se miraron fijamente, observaron, lo que sostenían sus manos: ¡lo que parecían velas, no lo eran, sino huesos, unas enormes tibias de algún mortal!

Con gritos desesperación gritaban los muchachos, despertando a los vecinos. Todos salieron a ver qué pasaba, alumbrados con candiles en las manos, asombrados vieron a los dos muchachos, con la boca abierta, como si fueran dos estatuas, pálidos como la cera y emanando espuma de la boca, hablando incoherencias, de forma atropellada con palabras que nadie entendía.
Contaron que por un buen tiempo trataron en calmarlos, dándoles de beber litros de agua de toronjil, mojándoles la cabeza con agua fría y frotándoles con “agua florida” y aguardiente alcanforado.

Cuando Facundo y Miguel, pudieron explicar lo sucedido, los vecinos de aquel barrio se estremecieron ante tamaña experiencia que acababan de padecer los pobres muchachos. Llenos de compasión se ofrecieron para llevarlos hasta sus respectivas casas.
Lo acontecido, no fue suficiente para convencer al papá de Miguel. Para Don Tobías aquello no era más que un cuento, un ridículo cuento para justificar el hecho de que su hijo no había obedecido, y por lo tanto no había hecho el mandado.

De nada valieron las explicaciones, pues no tenían pruebas, los chicos no recordaban donde habían dejado los huesos del muerto que tenían en sus manos… ¿Dónde estaban las tibias? ja,ja,ja…sonrió don Tobías…a lo mejor no eran más que un par de botellas frías y para mí que aquí no hay mas diablos que ustedes mismos, chicos; diciendo estas palabras, volvió a sonreír, pero esta vez con un gutural timbre de voz, estremeciendo a toda la casa y asustando nuevamente a los muchachos.
De pronto, alguien lo dijo que había vuelto a escuchar claramente el funesto ruido del “tararan/tararan/tararan/tran/tan”… la discusión paro inmediatamente, para poder oír aquel envolvente ruido, todos se guardaron silencio, pero lo único que se percibía era el viento del atardecer aullando entre los guabos y los viejos Sauces.

Todos consternados por el acontecimiento observaron, como una especie de niebla espesa avanzaba lentamente cubriendo los potreros y, aunque nadie escucho otro “tararan/tararan/tararan/tran/tan”…pero todos coincidían que algo extrañamente misteriosos y frío les recorrió por las espaldas esos momentos.



Su abuelito que también se en­contraba entre la muchedumbre, dijo luego de suspirar:

¡Creo que ha sido la Caja ronca!

Y “tararan/tararan/tararan/tran/tan”…esta leyenda ha llegado a su fin.



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