viernes, 5 de julio de 2013

Gualaceño una tierra que espera...A LOS QUE SE FUERON



“Allá muy lejos…UNA MADRE ESPERA”
“Gualaceo nos muestra su encantado esplendor,  gracias a aquellas manos que labraron nuestras tierras…”

Por: Dr. Nelson Muy Lucero.MD


Fue triste aquel día cuando su hijo presuroso cargando su mochila al hombro, caminando se perdió en el lejano camino con destino incierto; los días pasan y su MADRE cada tarde sube a la colina más alta con su mirada perdida en el horizonte, y esperando el regreso…de su amado hijo.

Aún queda el portillo y ese caminito comunal que un día abandonaron los “añorados ausentes”, aún queda el olor a hierba recién segada, aún queda el aire perfumado por el nogal, las retamas, y el eucalipto en las quebradas; allí esta aquel sendero por donde recorrían los días y las noches, junto a la infaltable medalla de la virgencita del cisne o de la nube, que bailaba sobre sus pechos en sus largas jornadas diarias, para terminar siendo presa fácil del cansancio en las oscuras noches de luciérnagas. 

Fueron generaciones los que terminaron sus días en estos campos y optaron por huir de estas inhóspitas tierras, del frío y la miseria; se ausentaron con miedo y ansiedad, pero con ilusiones por arribar al país de las grandes oportunidades, buscando la felicidad y dejando atrás el arado, la leña, el carbón, el brasero, el maíz, los mulares y el surco de sembríos.

Me contaron que el reloj de la iglesia marcaba las 4h: 30 am, cuando se despidieron  del pueblo, dejando atrás sus casitas de pobres, con el tumbado de sus cocinas tiznados por el hollín, producido por la quema de los leños en los fogones con “tullpas”, que de madrugada los prendían la mucama o el ama de casa, preparando el desayuno para el labriego madrugador, pues el campo le esperaba para pasar el día en las soleadas campiñas y a los chicos enviarlos caminando a la escuela.  

Un día en el lejano país…uno de los ausentes, se decidió contarles a sus amigos, lo que recuerda de su partida…la última noche cuenta que no pudo conciliar el sueño…pero les aseguro dijo, que esa madrugada no tenía nada de especial, solo sentía un sabor amargo que regurgitaba en su garganta, pero fue incapaz de valorar lo que ocurría en ese palpitante pecho…su madre no soporto y exteriorizando su pena le abrazo llorando inconsolable, pude ver sus claros ojos reflejados por la claridad de la luna y a pesar de su tristeza extendiendo su diestra le dio su bendición, porque sabía que ese viaje sería largo, incierto y extenuante.

Como definir a aquella sabia mujer, dura como el tocte fruto del nogal, que crecía a las afueras del pueblo, junto a los estanques y quebradas, de tronco duro y fuerte; de carácter orgulloso, perseverante y tenaz en su trabajo y discreta en sus juicios de valor. Jamás se dejó convencer de los cuentos de las encargadas de destruir la felicidad ajena, en vez de preocuparse por la propia. Era la dueña de su propia experiencia cuando decía: “nadie concede nada gratis y el que regala, bien vende, si el que lo acepta, entiende”. Estaba tan acostumbrada a tomar sus decisiones de puertas para dentro, sin dar párvulo a los comentarios, las críticas o los chismes. No quería deberle nada a nadie porque los favores se pagan caros, según decía.
Aquella mujer de campo, cubierta con un sencillo manto y su enorme falda de lienzo, sus trenzas amarradas hacia atrás, su rostro cansado pero con la mirada irradiando fuerza y coraje para enfrentar un nuevo día; se levantaba apenas esclareciendo el día, su vida transcurría entre el ganado, aves de corral, cerdos, perros guardianes, entre el canto de las aves andinas, cabalgando sobre mulas y caballos o con las simples pisadas de sus pies sobre zapatos rústicos o sobre suelo frio, acostumbrados a la hierba fresca o seca, a la tierra árida entre zorzales y espinas. 

Hoy es aquella mujer que en estos momentos nos representa a cada instante, a las mujeres solas con sus hombres ausentes, que labran, siembran, cortan, cosechan, crían animales, procrean hijos, son madres y obreras de la tierra, con sus espaldas encorvadas soportando la lluvia y el sol inclemente, llevando a un pequeño enrollado en su manto sobre sus espaldas prosiguen y cumplen su faena, el trabajo diario del campo a pesar de la implacable furia de la naturaleza.

A pesar del tiempo y la distancia, esa madre sigue en ese lugar donde solías refugiarte en tu infancia. Cuando tu padre murió, todas las tejas que protegían tus sueños, se estrellaron contra el suelo. Nunca más pudiste retejar aquel vacío que dejó su ausencia. Aquel dolor había sido tan grande, para tu madre igual, sumida en la desesperación, sin querer ver nadie y que ninguno la consolara, recluyéndose en su habitación donde la muerte le había arrebatado sin licencia, a su ser amado.

Como hijo te aferraste a ella, como las aves a los árboles buscando refugio en su ramaje. Pero nadie pudo leer su soledad, el sacrificio con sus manos, enredándose en la hierba, en el barro, en las piedras, en la cocina, zurciendo entre agujas y tijeras, restregando la ropa sobre las piedras del río o en el lavadero, cardando la lana, escogiendo las mazorcas, ordeñando, preparando las sogas, tejiendo los cestos, sacando el abono del establo, y apilando la leña.
Todos estos maravillosos recuerdos estuvieron marcados por su música autóctona y predilecta. Ponderaba cuando hablaba de las fiestas, bautizos, comuniones, bodas, onomásticos, del año viejo, los carnavales, cualquier evento servía para olvidar la desesperación, el hambre, la soledad y la miseria.

Creo que nunca olvidarás cuando te contaba aquellas historias que también le habían contado cuando tu madre era chica, historias del pueblo, de las brujas, de las apariciones, de los milagros, de hombres y mujeres que vivían felices con sus hijos, con todas las penalidades que dios les daba pero, con la dicha de sentirse juntos.

A pesar de los atractivos lugares en el mundo que habían sido durante tantos años tu casa o tu destino, pienso que jamás podrías haber perdido la esperanza que esas extrañas tierras al fin, te devolverían a tus raíces, a la tierra de tus antepasados, la que te había marcado con un nombre y una historia, a la que por fin retornaras para morir en paz, sin prisa, pero cerca de los tuyos.

Aquella Madre cada año repite como el credo en la iglesia…creo que este será el año que los volveremos a ver…solo falta saltar un escollo y lo imposible se volverá realidad…tu vuelta está cercana, lo presienten los ramajes de los arboles que emergen frondosos, y con la fuerza de los vientos abrazaran algún día a los hijos de esta tierra que por fin regresaran.

¡Sé que volverán…pero no sé cuando lo harán!
Cuenca, 5 de julio del 2013

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