jueves, 6 de diciembre de 2012

A mi Abuelita que no la conocí...Doña ZOILA MARIA GONZALEZ MARIN



“AÑORANDO A LA ABUELA”


Por Dr. Nelson Muy Lucero, MD.

La abuela desde la víspera se esmeraba preparando los ingredientes para cocinar rico, como les gusta a sus hijos, las nueras y los nietos... ¡allí estaba la abuela siempre pendiente en su cocina!...los leños encendidos daban calor al ambiente, en esa fría madrugada, la abuela sin conocer el cansancio, de un lado para el otro, hasta dejar todo listo...¡que pasara que no llegan!...empezaba a preocuparse...mientras tanto el abuelo la consolaba...¡mujer!...ya vendrán...

La mesa estaba puesta...la familia entera reunida...la abuela exigentemente declamó: ¡Ya vengan a comer que la comida se enfría...era la frase lanzada al viento por la abuela, cuando el astro rey desde lo más alto nos señalaba que era el medio día...son las doce... y el locro de porotos con coles, hueso y carne reposada o el afamado locro de papas con cuero de chancho y coles, humeantes se encontraban en las ollas de barro de la abuela, tapizadas con el negro humo (hollín), en aquella cocinita del fogón de leña!...Aquella extraordinaria frase nos anunciaba el momento del alboroto familiar en donde todos llegaban y hablaban al mismo tiempo generando un verdadero caos en el interior de aquella cocina. Esa expresión  corta y aparentemente sin sustento, pero que tenía un gran poder de convocatoria y obediencia, hasta el punto que quedo gravado en el subconsciente, constituyéndose como uno de los más gratos recuerdos.

Como  podremos negarlo si con ansiedad esperábamos la llegada de las fiestas familiares (los onomásticos, aniversarios, los carnavales, los cumpleaños, la “huasipichai” de la casa nueva y la puesta de la cruz, el bautismo del “guagua”, etc.), ocasión que se la aprovechaba para reunirnos en las casas de las abuelas y como siempre en espera de que llegue la hora del almuerzo para disfrutar de aquellos platillos favoritos que solamente donde la abuela se los podía saborear.
El portón que daba a la calle principal se abría una y otra vez, con su estridente sonido que lo caracterizaba, conforme iban llegando los familiares en muchos casos algunos de ellos casi olvidados, pero era el momento del reencuentro y había que aprovechar para saludarnos, los abrazos no se hacían esperar...mientras tanto, en nuestro pensamiento se iban desenvolviendo muchas imágenes del recuerdo de aquella infancia, de nuestra niñez añorada y nunca olvidados desde los albores de las décadas pasadas.
Al ponernos a repasar nuestro pasado, cabe la pregunta, ¿Quiénes no recuerdan el haber participado y  tener vigentes las imágenes de aquellas viejas reuniones familiares? ... Para participar en estas reuniones se requerían de un complejo grado de preparación, quizás desde la víspera, se iban desarrollando paso a paso, dejando todo para última hora, comenzando con el proceso de alistamiento, pues para ir donde los abuelos, debíamos comenzar por tomar un buen “baño”, no sin antes haber realizado un minucioso escogitamiento de la ropa más vistosa y colorida para lucir impecable en aquél día. No podemos dejar de lado el tiempo invertido por nuestra madre en la clásica “peinada”, que entre jalones, sacudones y lloriqueos, se iba poco a poco amoldando la imagen para que efectivamente ese día nos comportemos como niños buenos.
Casi se me olvida,  pero por supuesto, no podíamos dejar escapar la repetitiva charla, que mas sonaba a reprimenda, por parte de nuestros padres, en la que nos decían que, al menos por esta vez nos comportemos como niños educados, sin hacer demasiadas travesuras y que respetemos la casa de los abuelos. No sé por qué extraña razón esta advertencia siempre fue la misma y se repetía cada vez que allá nos íbamos de visita.
Todo el tiempo desplegado y el esfuerzo invertido en pulir nuestra pequeña imagen se iba desvaneciendo y esfumando con apenas haber pisado el umbral de la casa de los abuelos, de seguro alguna nueva aventura nos esperaba en ese fascinante y misterioso lugar. Y es que en la casa de la abuela siempre podíamos encontrar  algún misterioso objeto o lugar que desvelara la más intrépida y fascinante aventura.
Que podremos decir de aquel “cuarto prohibido” donde estaba “el cuco”... aquel cuarto oscuro y tenebroso que lo observábamos temerosos desde lejos... Los primos mayores se encargaban de develar aquel enorme misterio pues, aquel lugar estratégico era la alacena, cuarto donde guardaban los dulces, las quesadillas, las arepas, los bizcochuelos...entrar en ese espacio sin ser visto se convertía en el mayor reto de toda la pandillada de primos deseosos de ser los primeros en saborear aquellas dulces y sorpresivas preparaciones de la abuela en sus paladares.
Ha llegado la noche...el pasado se va, junto con la abuela, quien después de tanto trajinar en su cocina...que ironía...se queda regando sus lágrimas y acompañada de su tristeza viendo desde el rincón de su silencio como se van lo que más quiere en su vida...su familia.
Así termino mi relato, dejándoles múltiples interrogantes o vacios en mi historia...pero me ha sido muy grato el haber podido traer al presente, todos estos recuerdos e imágenes que algún día participo nuestra infancia de forma mágica y única, pero también,  llena de “pequeños problemas”  debidos a inocentes travesuras, enfrentando cada vez a una nueva reprimenda.
De vuelta al presente compartimos una  época, en la que podemos ordenar la preparación de las mejores comidas, en exóticos lugares, para comer en familia; desde las parrilladas,  hasta los menús más exigentes, pero creo firmemente que nada ni nadie suplantará a las preparaciones gastronómicas de la abuela.

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