miércoles, 16 de mayo de 2012

Con sentimientos de gualaceñidad


Los monumentos de mi pueblo

Por: Dr. Nelson Muy Lucero, MD
“Desde la terraza de mi casa, en el corazón patrimonial, viajo visualmente observando a lo lejos los verdes prados, colinas y montañas de mi pueblo, que cobijados con el firmamento bordado de nubes con diversas y  bellas formas confeccionadas como un manto, llenas de luminosidad proporcionada por la influencia de la milenaria estrella mayor, resaltando aún más la belleza natural de este cantón...Vuelvo a sentarme frente a frente al monitor, de inmediato como musas se despertaron en mi memoria los múltiples recuerdos sobre los pintorescos monumentos y personajes de mi infancia...Estas versiones son de hace mucho tiempo atrás, de aquellas décadas del 50, 60 y los 70, capturados mediante la percepción de un niño que acumulaba almacenando los hechos de una forma muy singular. ..Después de tantos años de atesorar esos momentos, ha llegado la hora de compartirlos con ustedes pero siempre acompañados por una gran dosis de nostalgia, por los tiempos idos y que no regresarán”.

Las Iglesias Parroquiales.
Todos los asentamientos humanos existentes en todo el territorio cantonal, cuentan con una capilla o una iglesia parroquial, como una herencia viva del colonialismo español. Podría decirse desde cuando nuestro indio aprendió a decir la frase: “Dios se lo pague”. En los tiempos de la colonia el maltrato a los indios era pan de todos los días y en todos los lugares, y cuando un indio era torturado o azotado, parte del ritual consistía en que, al terminar la tortura, el indio debía besar el dorso de la mano de su torturador y decir “Dios se lo pague”, como para cerrar con “broche de oro” el acto de barbarie y humillación.

Estos edificaciones estaban destinados como centros de reunión para la adoración y culto; siempre que exista un asentamiento humano las iglesias debían ocupar un lugar preferente y central, a cuyo alrededor se ordenaban la construcción de viviendas. Estos lugares fueron considerados como símbolos de respeto y religiosidad del pueblo. No podía ser reconocida la existencia de un pueblo sin la edificación de una iglesia.

Las plazas del cantón Gualaceo.
Nuestro pueblo, como me gusta llamarlo a pesar de que hoy Gualaceo se ha convertido en una gran ciudad, como recuerdo del pasado, contamos todavía como fiel testigo del pasado con la existencia de la denominada plaza Guayaquil, que se resiste a desaparecer, a pesar que algunas fueron las autoridades que pretendían darle un uso completamente diferente, pero la oposición de su gente pudo más y allí esta, su suelo cubierto con el emblemático cemento, como fiel representante de la modernidad constructiva.
Esta plaza inicialmente de tierra, cuando llovía tremendo lodazal, estaba parcialmente empedrada y enmarcada por las calles av. 3 de noviembre, D. Chica, L. Ríos Rodríguez y la C. Cuenca. En la calle D. Chica junto al mercado estaba el estacionamiento de carros para el transporte a la ciudad de Cuenca, de las busetas santa bárbara y buses Santiago de Gualaceo. Siempre existió abierta competencia y rivalidad entre los dueños de estas unidades de transporte. En aquellos tiempos existió expectativa y oposición por su reubicación, porque algunos de sus pobladores manifestaban que el estacionamiento quedaría muy lejos.
Esta plaza contaba con los servicios de una bomba de gasolina, que perteneció a la familia Peralta, en la esquina de las calles Av. 3 de noviembre y C. Cuenca, la misma que desapareció luego de un voraz incendio, lo que ocasionó incertidumbre y pánico en toda la población.
Esta plaza tan tradicional, es nuestro referente económico, que vive adornado con los toldos de las vivanderas, siempre se la recuerda como la plaza del hornado, del refresco, de las comidas, de los granos y de las papas, porque aquí nuestras amas de casa encontraban de todo y se proveían domingo tras domingo de las frutas, legumbres y verduras, para toda la semana.
Al recordar estos lugares no podemos dejar  de mencionar a los estibadores, personajes populares e infaltables de las plazas y mercados, conocidos en nuestro medio como “los cargadores” que entregaban sus servicios colocando sobre sus hombros los bultos, jalando las canastas o empujando sus carretas siempre sonrientes, serviciales y atentos, creo que vale la pena como homenaje entregarles sus nombres para la historia de este pueblo, al “poto” Guillermo, al Lauro López y al “mushico” Piña, entre otros que al no recordar sus nombres, pero fueron en su momento parte importante del avance y desarrollo económico, y social de nuestro pueblo.
La popular plaza de ganado, donde se realizaba el comercio de animales y aves, estaba localizada en un lugar donde hoy se encuentra emplazado el hospital cantonal.
La plaza Manuel Cruz Orellana cumplía una función social importante, como el lugar destinado para el secado de la paja toquilla los días ordinarios y los domingos estaba destinado para el feriado, con ventas de bazar y ropa; es por ello que popularmente se la conocía como la “plaza de la ropa”.
La juventud  por aquellos años nos dábamos modos de buscar un sitio en aquella plaza para jugar el deporte preferido el indor – fútbol, con seis jugadores a cada lado del centro de la cancha, dos piedras como arcos y la competencia comenzaba, jugando con la pelota chica que iba y venía bajo la atenta mirada de sus hábiles y diestros jugadores, que gritaban a todo pulmón su gol cuando este se presentaba. Había momentos en que la pelota era lanzaba sobre la paja tendida, dejándose escuchar desde los balcones o umbrales de las casas vecinas el grito de protesta de sus dueñas para que “los malcriados” no la pisáramos....no le hagan caso y continuemos el partido era la decisión de todos sus jugadores...poco a poco nos fuimos ganando ese espacio, ya no era un partido, pues la diversión se extendió a las tardes enteras.
No se pierda la próxima edición...continuará...

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