Los monumentos de mi pueblo
Por: Dr. Nelson Muy Lucero, MD
“Desde
la terraza de mi casa, en el corazón patrimonial, viajo visualmente
observando a lo lejos los verdes prados, colinas y montañas de mi
pueblo, que cobijados con el firmamento bordado de nubes con diversas y bellas
formas confeccionadas como un manto, llenas de luminosidad
proporcionada por la influencia de la milenaria estrella mayor,
resaltando aún más la belleza natural de este cantón...Vuelvo a sentarme
frente a frente al monitor, de inmediato como musas se despertaron en
mi memoria los múltiples recuerdos sobre los pintorescos monumentos y
personajes de mi infancia...Estas versiones son de hace mucho tiempo
atrás, de aquellas décadas del 50, 60 y los 70, capturados mediante la
percepción de un niño que acumulaba almacenando los hechos de una forma
muy singular. ..Después de tantos años de atesorar esos momentos, ha
llegado la hora de compartirlos con ustedes pero siempre acompañados por
una gran dosis de nostalgia, por los tiempos idos y que no regresarán”.
El parque central del cantón Gualaceo
El parque central, fue sometido a muchas intervenciones, podríamos llamarles completamente “desastrosas”, porque aquellos tiempos la voz de la niñez y la juventud jamás fueron tomados en cuenta...”como me gustaba aquel parque”, rodeado de un muro de cipreses, al igual que en su interior con una gran variedad de plantas ornamentales.
El contorno de este parque estaba cerrado, con verjas y puertas en sus cuatro esquinas y costados con armazones de hierro forjado y dos banquetas de madera en cada costado que se prestaban para el descanso de los transeúntes, visitantes o de las personas de la tercera edad.
En el centro de este parque se encontraba un estanque y sobre este una glorieta construida en madera de un piso y fácilmente desmontable, que lo utilizaban como escenario para las retretas. Las retretas de antaño forman parte de una auténtica tradición popular. En la glorieta se realizaban las presentaciones artísticas y de las orquestas que en las fiestas tradicionales eran animadores de los bailes populares, eventos que eran aprovechados por la juventud de entonces, para sus escapaditas para el flirteo, el enamoramiento y los encuentros clandestinos. Este parque es fiel testigo de esa vieja época de cuantos “si te quiero” arrancaríamos a las muchachas de ese tiempo. Todo parece un sueño, “pero fue real”.
En este espacio natural se percibía aquella emanación aromática de sus flores y plantas. Una de esas plantas sembradas con preferencia en los parques de esa época, era el clásico floripondio, de cuyos ramajes emergía una flor blanquecina de forma acornetada; siendo el calor solar del medio día lo que producía el desprendimiento de un aroma que provocaba un exquisito y dulce sueño. Estas plantas habían sido sembradas estratégicamente porque gracias a su frondoso ramaje daba cobijo a las bancas donde siempre descansaban los mismos tres o cuatro respetables adultos mayores de la localidad, que luego de tanto conversar se quedaban dormidos al decir de los vecinos por culpa de la vejez, pero hoy sabemos la verdad, que el único culpable de ese poderoso sueño fue el estar bajo la acción del contundente floripondio.
Por allí siempre estaba “el cascarrabias” un viejo y hábil “cuidaparques” que pasaba su tiempo usando sus tijeras, serrucho y otras herramientas para la poda, dándoles el último toque a los arbustos y cipreses en variadas e imaginativas formas. En otros momentos persiguiendo a los niños y adolescentes que llegaban a este parque a jugar...los echaba según él porque venían a destruir las plantas.
Un mañana soleada, caminando por uno de las camineras del parque, al pasar junto a un par de turistas cargados sobre sus hombros una mochila y su cámara de fotos, preguntaban a un grupo de jóvenes que frecuentaban esta zona, ¿cuál es el nombre del parque?...los jóvenes sorprendidos se miraron entre si y avergonzados respondieron ¡que no lo sabían! y para que no nos siga sucediendo lo mismo es mejor que no lo olvidemos, porque su nombre es histórico y como si estuviésemos en aquella lejana escuelita...en la materia de lugar natal, ¿se recuerdan?...entonces repitamos...¡Nuestro parque central lleva el nombre de 10 de agosto!...como dirían nuestros profesores, “que no se nos olvide nunca”.
La vieja iglesia del cantón Gualaceo:
La Iglesia vieja de la parroquia, una obra que hoy podría haber sido considerada un monumento símbolo del colonialismo español, fue destruida por gestiones realizadas por un sacerdote gualaceño Guillermo Andrade Moreno y el obispo de esa época Monseñor Manuel de Jesús Serrano Abad, dándose paso al fácil derrocamiento de la vieja y colonial iglesia, aplacada por la construcción inmediata de la actual iglesia matriz.
La iglesia era una edificación singular. Ubicada perpendicularmente a la plaza, es de planta rectangular, cumpliendo de manera muy aproximada la relación de tres veces el largo de la nave que el ancho. Hacia el lado de la epístola se encontraba, próximo al ingreso, el baptisterio, pequeña habitación donde hubo una pila de piedra o mármol y la escalera de acceso al coro y al campanario. El coro, sobreelevado del nivel de la nave, estaba iluminada por una ventana de más de dos metros de alto. El coro está resguardado por una balaustrada de madera muy simple. El campanario, al que se accede por la misma escalera, es de planta cuadrangular, todo de madera y techumbre de quincha, estando apoyado sobre la torre, sólida estructura de ladrillo.
Tras el presbiterio, se encuentra la sacristía, pequeña habitación de techo plano con vigas de madera a la que se tenía acceso por dos puertas ubicadas simétricamente al eje del altar mayor.
Este tipo de ambiente ofrecía la posibilidad de disponer de una mayor capacidad de congregación de los fieles, a la vez que más espacio para mayor afluencia de gente. La entrada principal se efectuaba por la puerta de apertura a la plaza pública o parque central. La llamada puerta de abajo, era una salida lateral a la fachada sur. Aquí también se debe destacar el contenido de las capillas destinadas a las distintas celebraciones. Aquí se encontraban dos hileras de pilares de ladrillo y madera bien reforzados sobre una base de piedra, que sostenían el techado. Llamaba la atención junto al primer pilar en el fondo de la iglesia, el púlpito, una obra maestra en madera tallada de forma hexagonal, a la que se accedía por unas gradas, desde donde el sacerdote predicaba a sus feligreses. Los confesionarios tallados con figuras religiosas (en forma de torres de iglesias en miniatura) dos a cada lado igualmente en madera. Los santos, los ángeles y las estampas del vía crucis estaban artísticamente distribuidos en las paredes laterales al interior de la iglesia. Mientras tanto un envejecido y encorvado maestro de capilla, con su cabellera blanca por el peso de los años, entonaba con las teclas del piano las sacrales y lúgubres notas de despedida al difunto en la última misa que se celebró en la vieja iglesia.
En aquella Iglesia Colonial, sobre su nave central se levantaba majestuosamente el monumento al santo patrono de la Villa de Gualaceo, el apóstol “Santiago el mayor” cabalgando sobre un brioso corcel blanco, monumento realizado en su totalidad con yeso, cabuya y carrizo, junto a él, a sus lados las torres con terminados de ladrillo, madera, carrizo y bahareque, en cuyo interior colgaban los campanarios del mas puro bronce.
Este monumento religioso había sido una construcción auténticamente colonial. La hemos perdido porque siempre existieron los depredadores del patrimonio cultural.