Recordando los Viejos Tiempos:
LAS FRAGUAS DE MI PUEBLO
Por Dr. Nelson Muy
Lucero. MD
Esa estampa de Gualaceo,
se ha perdido. Cuantos recuerdos y añoranzas pretendemos evocar a nuestros
mayores, en una parte por el trabajo de labrar las rejas, y por otra, por ser los
talleres del herrero, un centro de tertulia de los hombres que vivieron haciendo
pueblo y como alguien comentó con acierto, en aquellas “fraguas” estaba una universidad
de los gualaceños.
Entre los ensordecedores golpes
de martillos y combos, que a diario se escuchaban en el barrio de los herreros,
estos siempre se daban tiempo para comentar las cosas que estaban “ocurriendo”
en el pueblo, las charlas estaban amenizadas y contadas humorísticamente y
según los acontecimiento las risotadas y chacotas no se hacían esperar, con
algún vecino ocioso que pasaba por "allí" y la persona que hacía de
ayudante improvisado para soplar el fuelle, ya que este trabajo era según el
maestro era el más descansado, todo esto sucedía mientras esperaban poder beber
una "fuercita" del trago o licor que lo tenía a buen recaudo, el
dueño de la fragua.
La fragua del herrero, y
todos sus utensilios, han ido desapareciendo de nuestro vocabulario; pero aún
se conservan en nuestra memoria, esas pequeñas edificaciones, fáciles de
identificar, unos cuartitos con puertas descuidadas, que daban a la calle, de
aspecto triste y negruzco. El fogón, el fuelle con tobera, el yunque, la campana
de la chimenea, etc., son parte de los elementos de la fragua.
Todo el trabajo en la fragua
se lo realizaba manualmente, encendiendo el fuego con el carbón como
combustible ayudado de un enorme fuelle o bolsa de aire, colgado desde el techo,
asentado en el fogón servía para avivar el fuego, manteniendo la llama y el
calor, y cuando las brasas estaban en "su punto", ayudados de unas
tenazas grandes, al hierro candente lo trasladaban al yunque para transformarle
en distintitas formas geométricas, desde lo más fino hasta lo grotesco,
retorciendo a las varillas candentes sobre su propio eje e incluso laminándolas
y la reja al rojo vivo, sujetándole con tenazas, las iban labrabando a golpe de
martillo sobre el yunque, dándole la forma deseada, para luego ir a parar a un
pilón lleno de agua, para enfriarle y darle temple.
El herrero, para su
mayoría de obras, no tenía ayudante alguno, pero cuando necesitaba de alguien, era
el mismo que llegaba a solicitar su trabajo, escogido como ayudante para
golpear una y otra vez el "macho", acompañados de algún otro vecino. Pim, pam, pim, pam, pim, pam; así
retumbaban los golpes sobre la reja caldeada apoyada en el yunque. Esos
arreglos eran habituales poco antes de preparar las cementeras.
Trabajar en la fragua sin
duda fue de los más extenuantes; el herrero, no era solo un artesano, era un
personaje de singular importancia reconocido en todo Gualaceo; este no solo
fabricaba, afila y arregla rejas, sino que también hacía y colocaba los
herrajes para toda la caballería que llegaba al pueblo, también confeccionaba
los distintos elementos metálicos como adornos en metal, las cerraduras, llaves
de canuto, aldabas, picaportes, las antiguas puertas del cementerio, los enrejados
que rodeaban al antiguo parque central en hierro forjado. Pero eso ya.....es
historia.
Podemos hacernos a una
idea del cómo era el Gualaceo de entonces, con una calle dedicada para estos
artesanos; conociéndoles a estos personajes, fácilmente nos dábamos cuenta en
que "nivel cultural" se reflejaba en aquellos lejanos tiempos un
pueblo como el nuestro. Los que avanzaron a terminar la etapa escolar, tenían
una gran caligrafía y eran extraordinarios dibujantes.
De los artesanos que he
conocido, siempre lo aprendieron de un maestro, estas cualidades lo heredaron
de sus antecesores.
Cuenca, 4 de noviembre del 2013
Excelente post!
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