lunes, 27 de febrero de 2012

Estamos perdiendo EL ARTE DE CONVERSAR...estamos agonizando


 Leyendas Urbanas


Por: Nelson Muy Lucero, MD

En la ciudad circulan historias increíbles, y pese a ello son dadas por ciertas. Narran situaciones de miedo que en una noche de apagón y tormenta no dejaron dormir en paz a varias familias de ecuatorianos.
Las Leyendas fueron creadas como: “Un producto maravilloso que atraves del tiempo va perdiéndose conforme la conversación como arte se ha languidecido hasta el punto de encontrarse en plena agonía...”.
Hay leyendas que asustan. Historias fantásticas como: El cura sin cabeza...El ataúd ambulante...Las procesiones de las ánimas, La dama tapada  
Si las leyendas clásicas daban miedo, ahora –en estos tiempos de inseguridad–  causan paranoia. Circulan numerosas y curiosas historias que muchos dieron por ciertas y por esta causa incluso dejaron de beber cierta gaseosa después de  escuchar que ese líquido era capaz de quitarle  el sarro a los inodoros...para aflojar tornillos...imagínense.
Todos sabemos de la existencia de los taxistas nocturnos –llamados “lechuceros” en Guayaquil– que cuentan que cierta noche  por el antiguo anfiteatro Julián Coronel tomaron de pasajera a una hermosa mujer. A los pocos segundos, cuando el carro rodaba frente al cementerio, descubrieron que ella había desaparecido del asiento trasero...a quién transportaron?...sería que la muerte viajó en taxi?...todos los taxistas de la época empezaron a llevar su estampita, su rosario o escapulario...incluso levaron a su carro para que sea bendecido por el cura de la parroquia...¡que sensación a miedo recorrían las calles guayaquileñas por aquel entonces...!

Otro “lechucero” afirma haber sido abordado por una hermosa pasajera al inicio del cementerio,  quien pedía ser trasladada a una ciudadela del norte. Al llegar, le solicitó que la esperara mientras iba a su casa a buscar el dinero para cancelar la carrera...sin perderle de vista el taxista la vio caminar por una calle peatonal...abrir la puerta y entrar a una villa...Comenzó a desesperar...después de algunos minutos, el taxista fue a buscarla, llamó a la puerta, salió una señor de cierta edad al que le contó lo sucedido...Le respondió que allí no vivía ninguna señorita, porque la única que allí vivía había fallecido...incluso le llegó a mostrar una de sus fotos que todavía conservaba...el taxista al observar dicha fotografía la reconoció de inmediato, asegurando que aquella fue su pasajera...y aquél señor canoso y agobiado por el peso de los años le confesó que era su hija pero que murió años atrás en un accidente de tránsito.
LA CAJA RONCA EN GUALACEO (Prov. Del Azuay)
En Gualaceo también se contaba de generación en generación lo que ocurrió con dos grandes amigos, Manuel y Carlos, a los cuales cierto día se les fue encomendado, por don José (papa de Carlos), un encargo el cual consistía en que llegasen hasta cierto potrero en PICAY, sacasen agua de la acequia o de la quebrada, y regasen la sementera de papas de la familia, la cual estaba a punto de echarse a perder. Ya en la noche, muy entrada la noche, se les podía encontrar a los dos caminando entre los oscuros chaquiñanes “caminos de herradura”, donde a medida que avanzaban, escuchaban cada vez más intensamente el escalofriante..."tararán-tararán-tararán". Con los nervios de punta, decidieron ocultarse tras una de las paredes de una casa abandonada, desde donde vivieron una escena que cambiaría sus vidas para siempre... ”Unos cuerpos flotantes encapuchados, con velas largas apagadas, cruzaron el lugar llevando una carroza montada por un ser temible de curvos cuernos, afilados dientes de lobo, y unos ojos de serpiente que inquietaban hasta el alma del más valiente...Siguiéndole, se lo pudo divisar a un individuo de blanco semblante, casi transparente, que tocaba una especie de tambor, del cual venía el escuchado..."tararán-tararán-tararán". He aquí el horror, recordando ciertas historias contadas de boca de sus abuelitos y abuelitas, reconocieron el tambor que llevaba aquel ser blanquecino, era nada más ni nada menos que la legendaria “caja ronca”.  Al ver este objeto tan nombrado por sus abuelos, los dos amigos, muertos de miedo, se desplomaron al instante. Minutos después, llenos de horror, Carlos y Manuel despertaron, mas la pesadilla no había llegado a su fin. Llevaban consigo, cogidos de la mano, una vela de aquellas que sostenían los seres encapuchados, solo que no eran simples velas, para que no se olvidasen de aquel sueño de horror, dichas velas eran huesos fríos de muerto. Un llanto de desesperación despertó a los pocos vecinos del lugar. En aquel oscuro lugar, encontraron a los dos temblando de pies a cabeza murmurando ciertas palabras inentendibles, las que cesaron después de que las familias (los vecinos), hicieron todo intento por calmarlos.
Después de ciertas discusiones entre dichas familias o vecinos, los jóvenes regresaron a casa de don José al que le contaron lo ocurrido. Por supuesto, José no les creyó ni una palabra, tachándoles de vagos y sinvergüenzas. Después de aquel incidente, nunca más se volvió a oír el "tararán-tararán-tararán" entre las quebradas de Picay y Cachapamba (En el Cantón Gualaceo), pero la marca de aquella noche de terror, nunca se borrara en Manuel ni en Carlos. Ojala así aprendan a no volver a rondar en la oscuridad a esas horas de la noche.
Te invito en este blog a seguir contándonos tu leyenda... ¡ANIMATE...!
27/Febrero/2012

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