“REMEMBRANZAS
DE MI PUEBLO …Gualaceo” Parte II
Por Nelson Muy Lucero. MD
GUALACEO MI PUEBLO Y LAS
COSAS DE LACASA
Las casas habitadas, con
el corredor, luego sus salas, los espacios de cocina y comedor, los
dormitorios, estaban llenas de cosas u objetos, desde los pisos hasta las
paredes, con sus muebles y todos los objetos a la vista, colocados sobre las
mesas o mesones esquineros, prodigándole vida al ambiente e incluyéndolo en
aquellas labores que se realizaban dentro de ella.
Desde el patio central de
las casas o los zaguanes, desfilaban “las lavanderas del pueblo” con sus cargas
voluminosas sobre sus hombros y espaldas, caminando encorvadas por el peso,
transportando la “ropa sucia” hasta las orillas del río, donde se pasaban las
mañanas y tardes “restregando y restregando”, golpeando y enjabonando una y
otra vez, hasta que se perciba el
olor a limpio, recobrando la blancura del
telar, y posteriormente bajo el fulgurante y extenuante sol, tendiendo las
ropas “recién lavadas” sobre las “matas arbóreas” o los “espinudos” pencos más próximos,
también en los cerramientos enhalambrados de los terrenos colindantes y una vez
logrado el “secado natural”, lo recogían para llevarles de regreso a la casa de
sus dueños, para
doblarla, y "repararla", zurciendo (con aguja +
hilo), muchas de las veces ayudados con un huevo de madera o un foco quemado,
para evitar los “pinchazos de los dedos”, cogiendo carreras en las medias, reforzándolos
con pedazos de tela, asegurando y pegando botones, dando la vuelta a los cuellos
de las camisas, devolviendo el dobles de las bastas de los pantalones, etc...
etc.…fueron tiempos que a la ropa se las hacían durar increíblemente, conservándole
en el mejor estado posible.
EL Dr. Manuel A. Coello (+)... EL BOTICARIO DE MI
PUEBLO
¿Lo conocía usted?
Si...si... ¡justamente
allí!, vivió el “boticario de mi pueblo”...en la calle Luis Ríos R. y c/Dávila
Chica, en esa centenaria casa patrimonial de color blanco, edificación
esquinera con una arquitectura de rasgos coloniales, celosamente cuidada y con
su área comercial donde funcionaba la BOTICA GUALACEO, a pesar que hoy le
cambiaron su nombre original por el de Farmacia. Su conocimiento lo brindaba,
preparando y expendiendo sus productos medicinales en base a las fórmulas
solicitadas por los galenos del pueblo, sin importar si la noche llegaba, porque
la botica de mi pueblo siempre la encontrábamos alumbrada.
Al “boticario de mi
pueblo” le recuerdo como un personaje cercano a la gente, que inspiraba
confianza y seguridad, que aconsejaba, escuchaba y consolaba a los paisanos.
Les recetaba mucha conversación a los abuelos que estaban en el
otoño de la vida y les dispensaba alegría y ganas de vivir.
La botica del pueblo, con
sus hermosas balanzas que él tanto quería, por lo exactas, lo divinas, lo
apacibles; los frascos molestosos pero amigables y el cariño de una familia
entera, este pueblo a veces ingrato, le dio las alas para volar solito pero
cuando falleció, le vieron partir con pena pero con orgullo, porque era nuestro
Boticario, perfectamente capaz de curar una pulmonía con pócimas secretas tan
bien aprendidas que incluso dormido podría prepararlas. Con un aire tan sincero
y cercano, que si no estaba el doctor Manuel Antonio su esposa, “mama
Columbita” era la preferida por la clientela, pero cuando se ausentaba le
esperaban por horas, porque de sus ojos claros emanaba toda la fuerza del
saber, todo el don del que cura, como un hechicero medieval, apuesto y
sencillo.
Este era el perfil humano
de Manuel Antonio Coello, médico y farmacéutico, padre, abuelo, quizás
bisabuelo, al que lo conocí desde mi infancia ya lejana en el calendario. Fue
un hombre de corta estatura, pero afable, de sonrisa abierta y abrazo cálido.
Culto, erudito y de conversación amena e ilustrada, yo diría que también un
historiador minucioso porque narraba la vida cotidiana, las tradiciones y
costumbres de Gualaceo y la historia por el conocidas de familias gualaceñas.
En el ocaso de su vida, Manuel Antonio Coello seguía
derrochando sabiduría, coherencia, compromiso social y amor a raudales por este
pueblo en el que dejo lo mejor de su vida como profesional; han pasado los
años, y nadie ha mirado el pasado para concederle el título de Hijo Predilecto.
En la “Botica Gualaceo”, que hoy lo regentan sus hijos y en la que
viven, están muchos recuerdos y alguna divertida anécdota de mi niñez, mientras
tanto se que este punto de salud en la ciudad, seguirá brindando atención a sus
clientes, y cumpliendo mas años, en honor a Don Manuel Antonio Coello “el
boticario del pueblo” que continuará siendo un digno ejemplo de servicio a la
comunidad, para las generaciones venideras.
LOS REMEDIOS CASEROS QUE
SE USABAN EN MI PUEBLO
En aquellos lejanos tiempos, se acudía a la naturaleza,
buscando curarse de ciertas dolencias, o para paliar algunas enfermedades.
Las preparaciones de las infusiones de hierbas, los
cataplasmas, etc., parecían cumplir con un efecto, pero no curativo, es que tenían
una acción de tipo placebo que ayudaba a la recuperación, contribuyendo mínimamente
para el alivio de los síntomas; fueron las abuelitas quienes más lo practicaban,
en casos de estricta necesidad, hasta que “amanezca” y se pueda acudir al
médico.
Estos fueron los
tratamientos caseros, basados en las “agüitas de remedios” que están latentes
en el recuerdo "popular" de los que más se utilizaban:
- El "tomate" caliente y asado, que se ponía en el cuello para aliviar las anginas o las paperas.
- El cataplasma de malva caliente, para el pecho.
- La ortiga en infusión para calmar el estómago (usando caliente es emética, y fría como calmante) La infusión fría se utilizaba para lavar los ojos, en una copa especial de forma ovalada llamada pocillo.
- Las gotas de aceite templado para el dolor de oídos, o unas gotas de leche de una madre lactante. Bueno, por lo menos estas últimas estarían estériles.
- El nitrato de plata, usado para el dolor de muelas, se lo guardaba entre algodones, en una cajita de metal.
- La llave grande de canuto, usadas en los grandes moretones, para los orzuelos, o, un ajo con el que se frotaba el orzuelo, hasta que este desaparecía (varios días)
- Para las verrugas, habían algunos tratamientos: Se ponían tantas hojas (no recuerdo de que) como verrugas tenía la persona. La persona afectada, no debía saberlo, ni contarlos y conforme se secaban las hojas, se decía que lo hacían también las verrugas. A las verrugas se les frotaba con la leche de los higos. Las babas de caracol también tenían su efecto beneficioso, pero hoy se usa para los tratamientos especializados para la belleza femenina.
- Leche con miel o la miel con limón y también el vino caliente para la misma dolencia, el dolor de garganta.
- Se recomendaba comer un ajo crudo en ayunas para el reúma.
- Un novenario de yemas batidas con azúcar y vino rancio, para la anemia.
- Los cataplasmas de “cebolla calentada” puestos en el pecho, para la congestión pulmonar.
- El membrillo crudo, para la diarrea.
- Una moneda grande haciendo presión en la frente para que no te saliera un "chichón" cuando te caías de un "tropezón"
- Para las picaduras de avispas y abejas, se ponían compresas de amoniaco, eso, si estabas en casa, porque, si estabas fuera te ponían un "cataplasma" de barro. No me parece muy higiénico, pero se recomendaba, podía tener algún efecto antiinflamatorio, o algo similar.
- Los partos los atendían las mujeres más respetadas de la comunidad, llamadas "comadronas". A la última que se recuerda, es a la señora Juana Ochoa y otras existentes en cada pueblo. El lugar donde vivía esta habilidosa mujer era conocido como “la casa de la comadre”. Más tarde ya llegaron los médicos, los que formalmente asistían los partos
Seguro que debe haber
muchísimas más "recetas" que yo no conozca, o recuerde, pero si
alguno de ustedes recuerda algo, me las pueden enviar a mi correo: nelsonmuy@hotmail.com y las publicare si así lo desean.
LOS COLCHONES DE GUALACEO
Aquí en este pueblito del ayer, también se fabricaban artesanalmente los colchones, y para que se confeccionen se tenía que hacer el pedido con días de anticipación.
Aquí en este pueblito del ayer, también se fabricaban artesanalmente los colchones, y para que se confeccionen se tenía que hacer el pedido con días de anticipación.
Para hacer los colchones previamente
se elegía la lana antes de “esquilar” a las ovejas (mes de mayo). Para eliminar
la suciedad de la lana, se tenía que lavarla, de ser posible en agua caliente, evitando
que se “apelmazase”, luego se la ponía a secar bajo el sol.
Una vez secada la lana, se llevaba a
casa y con ella se rellenaban “las fundas” de los colchones nuevos. Si la lana
no era nueva, para darle nuevamente un buen uso se la vareaba, es decir se la
golpeaba con una vara flexible, logrando que se esponjara bien y quedara limpia
de polvo... todo bien preparado con la lana limpia, para que el “colchonero” se
dedicara a rellenar la funda de tela del colchón, colocando las trenzaderas por
los agujeros u "ojales" y atándolos para distribuir bien la lana.
Estos colchones requerían de un cierto cuidado para su conservación a lo largo del año, siempre había que sacudirlos, ventilarlos y ahuecarlos todos los días.
Estos colchones requerían de un cierto cuidado para su conservación a lo largo del año, siempre había que sacudirlos, ventilarlos y ahuecarlos todos los días.
Cuenca, 13 de diciembre del 2013
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