RECORDANDO LOS VIEJOS TIEMPOS
“SIGUIENDO LAS
HUELLAS DEL PASADO… EL PUEBLO VIEJO DE GUALACEO…”
Por: Dr.
Nelson Muy Lucero MD
Era
una noche cuando niño, sentado en un pedazo de tronco “como banco”, rodeado por
las sombras de la noche y cobijado por la luz brillante de la luna llena y que
gracias a ella podía divisar a lo lejos las diversas formas que nos daban las
sombras, que solo mi mente las captaba creativamente…la curiosidad me vencía,
pero al acercarme asombrado observaba que no había nadie y que solo fue una
ilusión y en su lugar estaba un árbol o un arbusto cualquiera.
En más
de una ocasión me narraron que muchos fueron los hombres y mujeres de este pueblo
mediante “mingas” con dinamita, pico,
barreta y pala se abrieron un paso carrozable hasta el sector del descanso,
porque viajar a Cuenca antes de aquello era una verdadera odisea y se requerían
de muchas horas de viaje.
Los
hombres de este pueblo viajaban rumbo al Oriente, Mendez, incluso hasta Zamora, en
calidad de mineros, llegando especialmente al río negro, donde asentaban sus
campamentos, pasando largos meses para conseguir el preciado “polvo de oro”,
con el que regresaban para ser comercializado a los joyeros o comerciantes que
llegaban a este pueblo.
En el
entorno familiar y social se comentaba, que en cierta ocasión en el puente
Velasco Ibarra un grupo de “amigos”, le esperaron por largas horas a un viejo
minero su arribo, para llevarle a una fiesta, que lo organizaron en su honor,
para darle la bienvenida, esto ocurría días antes de los carnavales…el conocido
minero embriagado durante el baile le pidió permiso a una hermosa mujer, para
regarle sobre su cabellera polvo de oro, aceptando gustosamente sin enojarse…luego
de cada baile con el viejo minero, la distinguida dama, se daba tiempo para
ausentarse a su recamara y sobre su mesa tocador con el peine hacer caer y
recoger el preciado “polvo de oro”…luego de dos días de festejos, el minero
llegaba a su hogar, con una pequeña reserva que lo tuvo a buen recaudo, pero
sin la mayor parte del producto que tanto esfuerzo le había costado obtener.
Los maestros
joyeros estaban en Gualaceo y enseñaban este arte a muchos alumnos entre los
que se destacaron algunos jóvenes de Chordeleg.
Un día
por nuestra campiña: De niños corríamos ágilmente esquivando los obstáculos y
sobre los pedregales, trepándonos los arboles y viendo el volar de las
golondrinas, los allpulpis, las tórtolas, los chugos y los chirotes, admirando
el colorido plumaje de los quindes con su afilado y largo pico. Inquietos e
incansables nos resbalábamos, caíamos y nos levantábamos, con los codos y
rodillas “rasmillados”…mientras aquella madre nos gritaba “mira por donde andas”
cada vez que nos tropezábamos.
Eran
incontables los caminitos llamados ”portillos” llenos de kikuyo para el paso
obligado del transeúnte, , mientras a sus lados, generosamente crecían los
pencos, las moras, las retamas, el chillco y el sauco, así como los arboles de
guaba, el capulí y el cañaro.
El
chillco, con sus ramajes que no se quebraban fácilmente, se dice que es una
planta de los páramos, por ser muy resistente a los fríos y heladas. En nuestro
pueblo fue utilizado y conocido “como la escoba de los panaderos” y de los “barrenderos”.
El penco blanco casi todos lo sembraban,
porque era utilizado como “el jabón de la lavandera”.
En las
casas de mi pueblo viejo, se cocinaban con leña sobre tierra con las piedras de
cangao, conocidas como “tullpas” o en fogones construidos con adobes, en su
base con cal y ladrillo; las ollas de barro en sus diferentes tamaños, la
cuchara de palo, la cuchara “mama”, los tiestos y cedazos eran los utensilios
que no podían faltar para la demostración de las habilidades del ama de casa en
la preparación del exquisito arte gastronómico del pueblo.
Los
sábados, las mujeres madrugaban, era considerado un día especial para “bajar al
río”, tenían su puesto y conocían su piedra para lavar la ropa, para luego ser
tendida sobre los alambrados o los pencos existentes en las orillas. En las
tardes al finalizar su faena, se completaba con el baño ceremonial y familiar,
las mujeres bajo sus “camisones” y los niños desnudos con sus gritos de
alegría, lo cual fue tradicional y característico de las playas del “río gualaceño”.
Todo
esto me parece que nuestras abuelas inventaron el pasado y ya no están para
aseverar lo comentado.
Tanto
en las casas como en las iglesias con sus torres se evidenciaban vestigios de
la cultura española. Los primeros pobladores datan de la época colonial, por el
trazado de sus estrechas calles, los muros de su antigua iglesia, cementerio y
los trazados de sus acequias que recorrían
bordeando la calzada. Los
diferentes colores y el blanco predominantemente y la cal continúan dando color
al paisaje en cada una de las paredes, fachadas que sobreviven al paso del
tiempo y las que quedan en pie.
Gualaceo
no tenía arquitectos, pero era dueña de una arquitectura tradicional. Sus casas
de bahareque (tierra, carrizo, palo y cabuya) construidas sobre pilastras de “madera
de cerro”, dirigidos por el más experimentado conocido como “el maestro mayor”,
con dos hasta tres patios interiores, con un árbol frondoso (frutal u
ornamental)en el centro del primero y un horno de leña en el último, al final
de tanto esfuerzo, llegaba la ceremonial “puesta de la cruz” a cargo de los
padrinos de la casa terminada, aquí es donde
hacían su vida diaria, eran realmente hermosas construcciones, yo viví en una
de ellas en un sitio céntrico de esta urbe. Esas casas antiguas y sus calles empedradas
de mi pueblo viejo, me traen un nostálgico recuerdo.
Cuando
la explotación del oro se esfumo, Gualaceo fue condenado al abandono, simulando
ser un “pueblo fantasma” cumpliendo con su destino el calificativo lo soporto
por infinito tiempo.
Gualaceo
fue uno de los pueblos que con su entrono natural cautivante junto a la belleza
y virtudes de sus mujeres, lograron impresionar e impregnar de inquietud al visitante…que al
final volvía para quedarse enamorado.
En el pasado
educativo -recuerdan sus alumnos- los hermanos cristianos, realizaban gymcanas,
basados con juegos en la naturaleza y el reconocimiento de las flores y plantas
que habían visto en sus excursiones por el camino.
Tal
vez hayan algunos que ignoren el motivo y origen de “las romerías”, ya que no
hay ningún testimonio escrito, pero se cuenta que allá através de los tiempos, al
propagarse por la zona epidemias, los vecinos del pueblo para hacer remitir esas
enfermedades se ofrendaban “de por vida” a la Virgen o a los santos en romería jurándole
que su devoción la llevarían año tras año, con fuegos artificiales y
acompañados de una banda de músicos del pueblo.
En mi
pueblo viejo es como si “la presencia del pasado” se hubiera alejado de repente
entre las nieblas del tiempo. Pero hoy Santiago de Gualaceo es un tipo de
pueblo diferente y su gente, de alguna manera, una gente diferente. Mientras
transcurre el tiempo observamos a muchos jóvenes, que claramente no eran del
pueblo, con peinados y atuendos de moda, cruzando arriba y abajo las subidas y
bajadas de las calles del pueblo en bicicleta, motos y carros con música
estridente… Aquellos venían desde la urbanización del otro lado de la carretera
o del río, me dije: ¿forasteros?…El último verano, habían más forasteros en el
pueblo que nunca habían habido antes, más coches zumbando a toda pastilla, lo
suficiente para sentir que, al menos durante el verano, el pueblo ya no
pertenecía a sus auténticos propietarios…pensaba, pero la realidad era
diferente, en este pueblo desde la “tragedia de la Josefina” se intensifico haciendo
su aparición los nuevos habitantes…los nuevos vecinos, que llegaron del campo a
la ciudad.
Hoy en
día al evocar el pasado y la historia que allí ocurrió como tratando de
escuchar e intentar ver las almas que allí vivieron y murieron solo recordamos
ruinas, sobre la historia de nuestros antepasados,
de su pueblo y su cultura.
“Cuando
tu vuelvas, increíblemente ya no veras el pueblo que dejaste, a cambio tendrás
una ciudad pero diferente…”
Cuenca, 22 de
agosto del 2013
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