miércoles, 11 de abril de 2012

UN HELADERO recorría las calles de mi pueblo...


 Recordando los viejos tiempos:

El heladero de mi pueblo (don Manuelito +)

Por: Dr. Nelson Muy Lucero, MD.

Aquellos años de mi infancia las calles de Gualaceo en su mayor parte eran de tierra y empedrados, junto a las veredas pequeños canales a cielo abierto que recogían las aguas lluvias y de los vertederos domiciliares cuando lavaban la ropa los vecinos. Cuando una noche fría llovía las calles se convertían en auténticos causes de ríos y a la mañana siguiente flotando en el ambiente se percibía un hechizante aroma a tierra mojada y un lodazal por todos lados pintándonos una imagen de un paisaje desolador. Solo las golondrinas se aprovechaban de la lluvia y la tierra mojada, para llevarse un bocado de lodo para construir sus propios nidos.
Todos los días, excepto cuando llovía, el heladero aparecía. El heladero era bajo de estatura, piel canela, regordete, usaba bigote, de rostro afable, luciendo sombrero de paja y por siempre sonriente. El heladero fue un personaje típico e importante de nuestra ciudad, vestido con un saco y sombrerito blancos, empujando su carretilla de madera que cargaba un recipiente de metal de forma cilíndrica, provisto de una hermética tapa, que contenía el helado; alrededor de este rellenado con trozos de hielo seco picado y mezclados con sal en grano, para mantener el helado en buenas condiciones.

A media mañana cuando el astro rey calentaba, sobre estas calles terrosas y olvidadas solía escucharse el rodar de la carretilla conducida por Don Manuelito, el vendedor de helados en esta su tierra. Su voz era fuerte y clara. Su solo anuncio atraía a los niños a comprarle sus helados..."heladooooosss...venga a los heladoooooooos...helados de coco y leche...de vaca doncella".

Recorría sin cansancio nuestro pueblo siempre ofreciendo su refrescante helado, una delicia para chicos y grandes. Los niños estábamos a la expectativa de su aparición en las calles del pueblo para deleitarnos con su sabrosa preparación.
En el parque y las plazas, ocupaba siempre el mismo sitio, donde cuando era posible, le comprábamos un barquillo, por un valor de 10 centavos. Disponía de un solo gusto: “heladito de coco y leche”. No había otros sabores, pero era suficiente. Lo importante era disfrutar luego de tanto jugar con un buen helado.
Por esa razón, cuando en las tardes se escuchaba su voz por las calles del barrio, rogábamos a nuestra madre nos diera una monedita para comprarle un helado. A esa hora, nuestro padre estaba trabajando fuera del hogar y por ello que nuestros pedidos, siempre era a nuestra madre. A veces, esta súplica daba resultado; en esos casos no disponíamos de mucho tiempo, ya que el heladero pasaba una sola vez. Rogábamos que alguien lo hubiera detenido en su camino y así, tendríamos la posibilidad de lograr nuestro cometido.
Durante años don Manuelito “el heladero”, recorrió estas calles, sin ningún temor porque en aquellos años el transito motorizado no era como lo es ahora. Bajo el sol de mediodía desde muy lejos, se escuchaba su voz fuerte y vigorosa anunciando que llegaba, y los niños que alcanzábamos a escucharle, si teníamos con que, acudíamos a comprarle el sabrosísimo helado.

Retrocediendo en el tiempo todavía mis oídos escuchan su voz retumbante, llamando a sus potenciales compradores(los niños) en las silenciosas y polvorientas calles de ese Gualaceo que se fue.

Ya fue tarde cuando me enteré de su muerte años atrás; pero para mí fue uno de esos personajes que con su amplia sonrisa le ganaba al tiempo trabajando honradamente y recogiendo los centavos con el sudor de su frente para darle bienestar a su digna familia. Que en paz descanse don Manuelito “el heladero” y los recuerdos que perduren atraves de los tiempos.

miércoles, 11 de abril del 2012

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