martes, 17 de abril de 2012

Una mujer de GRAN CORAZON ¿la conocía usted?...

Recordando los viejos tiempos:
 
 La llamaban “TILUCA”

Por: Dr. Nelson Muy Lucero, MD
Después de 52 años aún la recuerdo por la calle con su sonrisa inocente, su caminar siempre ligero de pasitos cortos y su bolsa en la mano. De niño me asustaban, cuando no quería ingerir alimentos, diciendo que la iban a llamar para que me llevara  para que me de comer. De adolescente sin medir la rudeza de las palabras varias veces nos burlábamos de ella y en la juventud nos tocaba asustar a los niños con ella o convertirla en la enamorada de alguien del grupo y todos reíamos cuando había que hacer “chacota” por alguien.
Si la llamaban se acercaba sin saber distinguir cuando era para burlarse de ella o para recibir un dulce o una moneda, pero siempre se aproximaba con su rostro inocente y curioso. Cuando veía a los niños jugando se acercaba corriendo como queriendo participar de sus juegos,  pero era rechazada cruelmente por los niños con gestos y palabras lastimosas. Ella se quedaba a un costado  mirándolos con una sonrisa tierna e inocente. Era feliz contemplando la alegría de los niños y quizás soñaba que participaba en aquellos juegos infantiles.
Aquella mujer con su forma rápida de caminar, sin demostrar cansancio; llegaba, se sentada en su pequeña banquetita para lustrar los zapatos que le encargaban, luego corría a dejarlos como si fuera su obra maestra “los relucientes y brillosos zapatos de las vecinas del barrio”, recibiendo a cambio unos cuantos centavos por su honesto trabajo... esa era su rutina; tenía una mirada vivaz y con ella observando a detalle todo lo que acontecía a su alrededor. Así transcurrían las horas, de tanto esperar “los zapatos no llegaban”, dominada por el cansancio en más de una ocasión la observábamos dormida y su cabeza bamboleante,  sentada en su banqueta de trabajo.
Era frecuente encontrarle a la salida de la escuela esperando a las “Madrecitas”, que al verlas corría contenta siempre llevando su cuaderno,” ¡madrecita, madrecita, póngame una tarea!...o ¡enséñeme a rezar!”, les pedía. Era la fiel acompañante de las “religiosas”, por donde quiera que ellas fueran “La Tiluca” siempre estaba al lado de ellas.  Jamás dejaba de asistir a las procesiones, conocía de memoria las canciones religiosas, especialmente las de los viernes santo...cantando y rezando y por su puesto respondiendo fuertemente a los jóvenes que se apostaban en lugares estratégicos, como en las esquinas,  con la única misión de verle pasar a la “Tiluca” para lanzarle unos piropos, como aquella que recuerdo le decían “Tiluca canta bien...Tiluca canta bonito”...lo que obviamente le molestaba y la encolerizaba y pronto les devolvía su clásica respuesta, pero adornados de “malas palabras o palabrotas”, para rápidamente cambiar el tono y continuar con el cantico religioso que ese momento todos entonaban. La feligresía, peor el cura de la parroquia daban crédito a lo que acababan de escuchar en plena procesión de un viernes santo, cuando volteando su mirada pretendían descubrir a la autora de esa “recitación”... pero lo que vieron fue a una persona, “La Tiluca” con sus manitas muy juntas que continuaba cantando con profunda fe religiosa.
La Tiluca, fue todo un personaje en mi pueblo,  ganándose su sustento haciendo los mandados de las vecinas “amas de casa”, acabó siendo considerada  el “cuco” de los niños, “el vacilón” de los adolescentes y la oligofrénica de los adultos.
A mis cincuenta y ocho años, cada vez que camino por las calles de mi pueblo me recuerdo de ella, “lo que me inquieta es pensar que en cualquier momento la voy a ver aparecer”, al cerrar mis ojos mentalmente la recuerdo y la veo que no ha cambiado en nada, una persona flaquita, con su vestimenta descuidada, zapatos con sus tacos acabados,  con su rostro siempre acompañada de su inocente sonrisa, esta es “La Tiluca” que le tengo grabada en la página de los recuerdos de mi infancia.
Mientas vivamos ella seguirá viva y recorriendo esas polvorientas calles del Gualaceo de antaño y será entonces cuando recordemos aquellos maravillosos años de mi infancia perdida, infancia de la rayuela, el trompo, el chantón y el zumbador; infancia que al grito de “vamos a granear” quedaba retumbando en el ambiente y desaparecíamos a la carrera desde el centro poblado, laderas arriba, en la búsqueda de las pampas con los mejores arboles cargados con exquisitas y dulces frutas (peras, capulíes, chirimoyas, duraznos priscos y abridores, reinas, albaricoques y saczumas), que esas prodigiosas tierras del “jardín del Azuay” producían en aquellos “ñaupa” tiempos.
Martes, 17 de abril del 2012

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