YO Viví…incrustado en el
diseño de unA ARQUITECTURA CAMPESINA
Por Dr. Nelson Muy Lucero MD.
“Una mirada emprendedora se
detiene, olfatea, identifica, se apasiona, empieza a soñar, a imaginar, a
crear… Poco a poco aquellas formas empiezan a tomar sentido, paso a paso
concuerdan los pensamientos, al juntarse los ideales, logran desempolvar las superficies…
y al desentechar lo fabricado, descubrimos un escrito lapidario en un
dintel…era la fecha de nacimiento de aquella edificación…”.
En mis recovecos de mi juvenil vida, he recorrido por
aquellas “viejas casonas de haciendas”, incluida aquella que mis padres compraron
en el centro de la urbe gualaceña, en las que pude descubrir sobre sus paredes
los decorados a pincel, pinturas murales y papel tapiz.
Me recuerdo mirando a los detalles y los espacios de aquellas
construcciones que bien deberían haber sido considerados como el auténtico
“Patrimonio Rural”…hoy esto me causa nostalgia…peor aun cuando me contaron los
vecinos cómo se fueron derruyendo lenta y paulatinamente todo lo edificado por los
“nuevos dueños” de esos bienes (las casas de haciendas), porque ignoraban el
verdadero valor de lo que poseían y sin poder reconocer lo que aquello representaba para la ciudad.
Tuve la dicha y la fortuna de poder “guarecerme” bajo los
amplios aleros cuando las pertinaces lluvias solían caer sobre mi pueblo; cobijándome y deleitándome con esos ambientes
construidos bajo el techado de pilastras y anchos paredones, gozando de una autentica ARQUITECTURA RURAL.
Fueron lugares rodeados de extensas y productivas tierras dedicadas a la
agricultura, obteniendo como compensación la respiración de un aire puro, viviendo
protegidos de los factores climáticos por esos anchos tapiales, paredes de paja y tierra que nos
proporcionaban “abrigo” frente al frio del invierno y prodigándonos de “frescura”
frente al caluroso ambiente…mi suerte fue vivir rodeado de una naturaleza, en
paz y silencio…ese hábitat eternamente grato lo viví, cuanto lo añoro, es al
mismo al que hoy todo el mundo parece volver a buscarlo, como si estuvieran
pretendiendo huir del bullicio de la ciudad, empujados por el maltrato
psicológico producido por el intenso caos y del obligado encierro en sus
cuartos de permanencia, como si se trataran de celdas frías, sin lograr jamás
habituarse a las nocivas normativas de una arquitectura de los espacios
reducidos, que siempre estarán de la mano con el status económico y
especulativo de la grandes urbes.
Mientras tanto por allá muy lejos, en las juntas
parroquiales, se ufanaban hablando en favor de sus bienes patrimoniales, pero
lo único que a mi parecer aprendieron es colocar su pensamiento en las iglesias
como si solo estos lugares fueran los únicos bienes existentes en el contexto
del patrimonio rural, el tiempo me fue dando la razón, pues no se quería ver la
realidad; pero tampoco era difícil comprobar que para aquella ARQUITECTURA fabricada
por los campesinos, jamás existió ni existirá en muchísimo tiempo ninguna
planificación que pretenda lograr su rescate.
Son nuestros pueblos y es aquí donde quisiera creer que si
podríamos mantener lo que queda de aquello que forma parte de nuestra historia,
de nuestra identidad comunitaria, por que proviene de muy lejos de la vieja
época prehispánica, como las tradiciones populares, la venta de las hierbas medicinales, las
limpias, los dulces caseros, la
preparación de las especerías, etc. Son en definitiva una parte importante de
nuestra identidad y hay que rescatarlas, entendiendo que el desarrollo no significa
abandonar el patrimonio en lo tangible, peor en lo intangible.
Todo me parece estar confabulado…mucho me temo, que
moriré con ese gusto y pasión por “La Arquitectura Campesina” que en aquel
ayer, fuera practicada por mi abuelo Salvador y mi padre Efraín, junto a ese centenar
de gentes “obreros” que lograron plasmar las ideas manufacturándolas,
previamente eligiendo el lugar y señalando el área donde vivir, para luego
construir batiendo el barro en mezcolanza con la “paja de cerro”, levantando paredes y
entechando las casas, previamente encarrizadas e impermeabilizadas con el
propio barro…luego de terminada la obra, llegaban los
padrinos, elegidos para la puesta o colocada de la cruz, desencadenándose la
fiesta acompañados de la “banda de pueblo”, lanzando desde
el techo los “capillos” –monedas- sobre los asistentes, que arremolinados niños
y adultos trataban “a empujones” de recoger lo que podían…así ocurrieron esos
hechos, quedando lo contado, como un hermoso recuerdo de las “casitas
campesinas” que no volverán a festejarse más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario