RECORDANDO
LOS VIEJOS TIEMPOS:
“SIGUIENDO
LAS HUELLAS DEL PASADO… EL PUEBLO VIEJO DE GUALACEO…”
Por: Dr.
Nelson Muy Lucero MD
“Lo que empezó como un relato de mis
vivencias pasadas frente a un micrófono, en la radio de mi pueblo (Gualaceo,
Provincia del Azuay), hoy se ha convertido en un proyecto real para continuar
recogiendo todas aquellas imágenes vividas en nuestra infancia y juventud,
junto con aquellas fotografías descoloridas y quemadas por el tiempo,
encontradas en el baúl de los recuerdos,
para devolverles su vigencia para que se transformen en un inmortal
documento testimonial…”
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Iglesia Colonial de Gualaceo |
Fue una noche
de mi infancia, sentado en un pedazo de madero de un viejo árbol de capulí, que
un día cayó y le hicieron leña, era mi banco preferido, que mi abuelo lo
rescato y servía para el descanso…al continuar caminando rodeado por las
sombras de una noche y cobijado por una tenue luz de luna llena, alcancé a lo lejos divisar diversas
formas, entre ellas una silueta humana, no estaba solo me decía, mi reacción fue
preguntarle al viento…¿quién anda ahí?...pero nadie me respondió…solo fueron
sombras producidas por esa noche oscura,
que solo mi mente al parecer las captaba creativamente…la curiosidad me vencía,
paso a paso pude acercarme al lugar observando con asombro pues lo que había
visto solo fue una ilusión y en su lugar estaba un árbol o un arbusto
cualquiera…pero de pronto el ladrido de los perros se hicieron más cercanos e
intensos…alguien se acercaba…era mi abuelo que llegaba de viaje, rayando la
madrugada…porque no duermes me preguntaba…no lo podía hacer…sabía que
llegarías…siempre le esperaba porque algo de la vida pasada me contaba.
El haber
tenido la dicha de conocer y vivir con mis abuelos, ya es una ventaja, porque
son muchas las preguntas sobre la vida del pasado de mi pueblo que encontré
respuestas al tener acceso a esas páginas vivas de la historia, a pesar que
algunas de ellas incluso las he olvidado, otras las quiero contrastar y hay de
las otras que jamás podre encontrar respuesta alguna.
Es ahí
precisamente donde comienza este increíble viaje para husmear la vieja historia
de un pueblo, y rescatándola del olvido, compartir con todos los que sienten
esa misma curiosidad y pasión por conocer el pasado histórico de este pueblo
llamado GUALACEO, que yace escondido en las penumbras del tiempo y rodeado de
colinas, consideradas como “guardianas” de este valle sagrado.
Tanto en las
casas como en las iglesias con sus torres se evidenciaban vestigios de la
cultura española. Los primeros pobladores datan de la época colonial, por el
trazado de sus estrechas calles, los muros de su antigua iglesia, cementerio y
los trazados de sus acequias que recorrían
bordeando la calzada. Los
diferentes colores y el blanco predominantemente y la cal continúan dando color
al paisaje en cada una de las paredes, fachadas que sobreviven, desafiando al
paso del tiempo…pero por supuesto hablo por las reliquias que todavía quedan en
pie.
Gualaceo no
tenía arquitectos, pero era dueña de una arquitectura tradicional y colonial.
Sus casas de bahareque (tierra, carrizo, palo y cabuya) construidas sobre
pilastras de “madera de cerro”, dirigidos por el más experimentado conocido
como “el maestro mayor”, con dos hasta tres patios interiores, con un árbol
frondoso (frutal como el higüero u ornamental)en el centro del primero y un
horno de leña en el último, al final de tanto esfuerzo, llegaba la ceremonial
“puesta de la cruz” a cargo de los padrinos de la casa terminada y el
lanzamiento de los “capillos” con voluntad para que la casa no cayera, aquí es donde hacían el gualaceño su vida
diaria, eran realmente hermosas sus construcciones…tuve la dicha de vivir en
una de las tantas “viejas casonas” en un céntrico lugar de esta urbe. Aquellas
casas antiguas y sus calles empedradas de mi pueblo viejo, me traen un
nostálgico recuerdo.
En este bello
y paradisiaco lugar también ocupaban su espacio los niños, que
correteando ágilmente por las praderas, esquivando los obstáculos y los
pedregales, trepándose a los árboles frutales y viendo el volar de las
golondrinas, los allpulpis, las tórtolas, los chugos y los chirotes, admirando
el colorido plumaje de los quindes con sus afilados y largos picos. Inquietos e
incansables se resbalaban, caían y se levantaban, con los codos y rodillas
“rasmillados”…mientras aquellas abuelas y madres les gritaban “ven dame la
mano…porque no miras por donde andas” les increpaban, cada vez que caían
tropezando.
Todos los
caminos nos traen a Santiago de Gualaceo les escuchaban los lugareños, decir al
visitante…eran centenares esos caminitos llamados ”portillos” llenos de kikuyo
para el paso obligado del transeúnte, mientras a sus lados, generosamente
crecían los pencos, las moras, las retamas, el chillco y el sauco, así como los
grandes árboles de guabas, capulíes y cañaros.
Aprovecho,
para rescatar del olvido de mi frágil mente a dos plantas que me impresionaron:
·
El
chillco –recia planta del cerro, como decía mi abuela- con sus ramajes que no
se quebraban fácilmente, se decía que es una planta de los páramos, por ser muy
resistente a los fríos y las temibles heladas. En nuestro pueblo sus ramajes
fue asiduamente utilizado y conocido “como la escoba de los panaderos” y de los
“barrenderos”.
·
El
penco blanco casi todos lo sembraban, porque era utilizado como “el jabón de la
lavandera”.
Fueron
múltiples las ocasiones y lugares donde me narraron que los hombres y mujeres
de este pueblo, mediante “mingas” con pico, barreta y pala abrieron la primera
trocha para un paso carrozable rompiendo la montaña en el sector del descanso,
y luego bautizado como el Tahual…cuando lo lograron todo
fue algarabía, porque viajar
en ese entonces a Cuenca era una verdadera odisea y se requerían de muchas
horas de camino.
Como podría
olvidar las paredes negras en las cocinas de las casas de mi pueblo viejo
causadas por el hollín, si era lo que caracterizaba al lugar donde se cocinaba
con leña sobre la tierra, atrancando las ollas, con las piedras de cangao,
conocidas como “tullpas” o en fogones construidos sobre adobes, en una base de
cal, arena y ladrillo; la cocina de la abuela, con su armario de madera donde
guardaba celosamente sus secretos para el buen sabor de las comidas, junto con
sus típicos utensilios, las cucharas de palo, la cuchara “mama”, los tiestos, los
cedazos, los platos, medianos, las ollas de barro en sus diferentes tamaños
siendo los objetos que no podían faltar para la demostración de las habilidades
del ama de casa con su inimitable sazón, en la preparación de las exquisiteces
en arte gastronómico, que caracterizaba a este pueblo.
Los sábados nuestros
ríos eran tomados por las hacendosas y madrugadoras mujeres, preparando tempranamente
su “quipi” de ropa, las bateas y el jabón negro, era considerado como el día
destinado para “bajar al río”, tenían su puesto y conocían su piedra para lavar
la ropa, para luego ser tendida sobre los alambrados o los pencos existentes en
las orillas, a la vera del camino. En las tardes al finalizar su faena, se
completaba con el ceremonial baño familiar, las mujeres bajo sus “camisones” y
los niños desnudos con sus gritos de alegría, esto fue tradicional y
característico en las playas de nuestro “río gualaceño”.
Pero el éxodo
continuaba…de este pueblo durante toda su vida, salían sus hombres buscando
trabajo, unos rumbo a la costa, a la capital y muchísimos otros rumbo a la
Amazonía, llegando incluso hasta el Zamora, en calidad de mineros buscando oro,
en ríos y montañas, asentando sus campamentos por largos meses “lavando el
oro”, polvo que luego era traído para ser comercializado a los comerciantes o
joyeros que por este motivo frecuentaban este pueblo.
En el entorno familiar y social se
comentaba, que en el puente Velasco Ibarra un grupo de “amigos”, se reunían
esperando por largas horas el arribo de un viejo minero, para invitarle y
llevarle a una fiesta, que “aparentemente” lo organizaban en su honor, para
darle la cordial bienvenida…esto ocurría días antes de los carnavales…el
conocido minero embriagado de felicidad, dio rienda suelta a su generosidad…
durante el baile todos le escucharon que le pedía permiso a una hermosa y rubia
mujer, para regarle sobre su cabellera el ansiado “polvo de oro”, propuesta que
fue aceptada gustosamente y sin titubear…luego de cada baile con el viejo minero,
la distinguida dama, se daba tiempo para ausentarse a su recamara y sobre su
mesa tocador con el peine hacer caer y recoger el preciado “polvo carnavalesco
de oro”…luego de dos días de festejos, el minero llegaba a su hogar, con una
pequeña reserva que lo tuvo a buen recaudo, pero sin la mayor parte del
producto que tanto esfuerzo le había costado obtener.
Como podremos
olvidar a los maestros joyeros, como a don Eloy Alvarado, entre otros, que no
recuerdo que se quedaron afincados en este Cantón, prolongando la leyenda de la
histórica fiebre del oro colonial del rio santa bárbara…fueron tiempos donde
fácilmente se conseguía el “polvo de oro”, pero eran pocos los que la
trabajaban, se cobraba de cualquier forma para enseñar el difícil arte de este
oficio; la joyería dio trabajo a muchos “aprendices” entre los que se
destacaron algunos jóvenes de Chordeleg…Hoy todavía nos queda como testimonio
viviente de esa historia y el arte de la joyería en Gualaceo el Señor don
Alejandro Álvarez Luzuriaga…toda su vida entregada a la fundición del dorado
metal, para transformarlo en anillos para las bodas y en bellos adornos
colgantes, cadenas, manillas, aretes y candongas para subir el quilataje de
nuestras extraordinarias y bellas mujeres.
Cuando la
explotación del oro se esfumo, Gualaceo fue condenado al abandono, simulando
ser un “pueblo fantasma” cumpliendo con su destino aquel calificativo lo
soporto por infinito tiempo.
En el pasado
educativo -recuerdan sus ex alumnos- que los hermanos cristianos, como parte de
sus tareas educativas realizaban gincanas, basados en juegos con la
naturaleza y el reconocimiento de las flores y plantas que habían visto en sus
excursiones por el camino.
Tal vez hayan
algunos que ignoren el motivo y origen de “las romerías” o fiestas de los santos en
Gualaceo, a pesar que no hay ningún testimonio escrito, pero se cuenta
que allá por aquellos tiempos, al propagarse en esta zona epidemias, los
vecinos del pueblo para hacer remitir esas enfermedades se ofrendaban “de por
vida” a la Virgen o a los santos en romería jurándole que su devoción la
llevarían año tras año, con fuegos artificiales y acompañados con una banda de
músicos del pueblo.
A cuantos
personajes en este pueblo podría hoy hacerles desfilar frente a este selecto
auditorio, a los cómicos, a los charlatanes, a los humoristas, a los
mujeriegos, a los militares que llegaron con su cuartel y dejaron descendencia,
a los ladrones que primero robaban y después se arrepentían, a los músicos, a
los agiotistas, a los letrados, a los deportistas, a los comerciantes, a los artesanos,
a los agricultores, y otros que me olvido.
EL BOTICARIO DE MI PUEBLO…EL Dr.
Manuel A. Coello (+)...
¿Lo conocía
usted?...
Si...si... ¡justamente allí!, frente a
la plaza Guayaquil, vivió el “boticario de mi pueblo”...en la calle Luis Ríos
R. y c/Dávila Chica, en esa centenaria casa patrimonial de color blanco,
edificación esquinera con una arquitectura de rasgos coloniales, celosamente
cuidada y con su área comercial donde funcionaba la BOTICA GUALACEO, a pesar
que hoy le cambiaron su nombre original por el de Farmacia, pero su esencia
permanece allí intacta como un inolvidable recuerdo. Su conocimiento lo
brindaba, preparando y expendiendo sus productos medicinales en base a las
fórmulas solicitadas por los galenos del pueblo, sin importar si la noche
llegaba, porque la botica de mi pueblo siempre la encontrábamos alumbrada, con
los destellos de su “petromax” con camisola y gasolina.
Al “boticario de mi pueblo” le recuerdo
como un personaje cercano a la gente, que inspiraba confianza y seguridad, que
aconsejaba, escuchaba y consolaba a los paisanos. Les recetaba mucha
conversación a los abuelos que estaban en el otoño de la vida y les dispensaba
alegría y ganas de vivir.
La botica del pueblo, con sus hermosas
balanzas que él tanto quería, por lo exactas, lo divinas, lo apacibles; los
frascos molestosos pero amigables y el cariño de una familia entera, este
pueblo a veces ingrato, le dio las alas para volar solito pero cuando falleció,
le vieron partir con pena pero con orgullo, porque era nuestro Boticario,
perfectamente capaz de curar una pulmonía con pócimas secretas tan bien
aprendidas que incluso dormido podría prepararlas. Con un aire tan sincero y
cercano, que si no estaba el doctor Manuel Antonio su esposa, “mama Columbita”
era la preferida por la clientela, pero cuando se ausentaba le esperaban
por horas, porque de sus ojos claros emanaba toda la fuerza del saber, todo el
don del que cura, como un hechicero medieval, apuesto y sencillo.
Este era el perfil humano de Manuel
Antonio Coello, médico y farmacéutico, padre, abuelo, quizás bisabuelo, al que
lo conocí desde mi infancia ya lejana en el calendario. Fue un hombre de corta
estatura, pero afable, de sonrisa abierta y abrazo cálido. Culto, erudito y de
conversación amena e ilustrada, yo diría que también un historiador minucioso
porque narraba la vida cotidiana, las tradiciones y costumbres de Gualaceo y la
historia por el conocidas de familias gualaceñas.
En el ocaso de su vida, Manuel Antonio Coello seguía
derrochando sabiduría, coherencia, compromiso social y amor a raudales por este
pueblo en el que dejo lo mejor de su vida como profesional; han pasado los
años, y nadie ha mirado el pasado para concederle el título de Hijo Predilecto.
En la “Botica Gualaceo”, que hoy lo regentan sus hijos y en la que viven, están
muchos recuerdos y alguna divertida anécdota de mi niñez, mientras tanto sus
descendientes en este punto de salud en la ciudad, continúan brindando atención
a sus clientes, y cumpliendo más años, en honor a Don Manuel Antonio Coello “el
boticario del pueblo” que continuará siendo un ícono y digno ejemplo de
servicio a la comunidad, para las generaciones postreras.
Gualaceo fue
uno de los pueblos que con su entorno natural cautivante junto a la belleza y
virtudes de sus mujeres, lograron impresionar e
impregnar de inquietud al visitante…que al final volvía para quedarse
enamorado.
Todo esto me
parece que nuestros abuelos inventaron el pasado y ya no están para aseverar lo
comentado.
Este es mi
pueblo viejo…aquí es como si “la presencia del pasado” se hubiera alejado de
repente entre la nieblina del tiempo…Hoy
puedo decir que Santiago de Gualaceo es un tipo de pueblo diferente y su
gente de alguna forma es diferente. Mientras el tiempo continúa su viaje,
observamos a jóvenes, que claramente no eran del pueblo, con peinados y
atuendos de moda, cruzando arriba y abajo las subidas y bajadas de las calles
del pueblo en bicicleta, motos y carros con música estridente… Aquellos venían
desde otras regiones, quizás de otros pueblos, siguiendo la carretera o las
orillas del ancho río, entonces me dije: ¿forasteros?…Decían que llegaban a
este pueblo porque la mayor parte de su tiempo era verano… Los forasteros en mi
pueblo cada vez fueron más, apareciendo con ellos, lo que nunca había habido
antes, más coches zumbando a toda pastilla, lo suficiente para sentir que, al
menos durante las vacaciones, el pueblo ya no le pertenecía a sus auténticos
propietarios…pensando me quedaba, pero la realidad era diferente, en este
pueblo luego de la “tragedia de la Josefina” se intensifico su crecimiento
demográfico, haciendo su aparición los nuevos habitantes…los nuevos vecinos,
que llegaron del campo a la ciudad.
Hoy en día al
evocar el pasado y la historia que allí ocurrió como tratando de escuchar e intentar
ver las almas que allí vivieron y murieron solo recordamos ruinas, sobre la historia
de nuestros antepasados, de su pueblo y su cultura.
Me siento orgulloso haber
vivido desde la época de la pollera hasta la minifalda…los valores culturales
abandonados hay que rescatarlos…vaya trabajo para los maestros de mi viejo
pueblo.
“Por
eso aprovecho esta oportunidad para decirles a mis hermanos migrantes…cuando tu
vuelvas, increíblemente ya no veras el pueblo que dejaste, a cambio tendrás una
ciudad pero diferente…a la que tu abandonaste”
Cuenca, 12 de junio
del 2014