viernes, 14 de marzo de 2014

"En el ocaso de nuestras vidas..."



“LA NOCHE DE UN VELATORIO
EN MI PUEBLO...”

Por Dr. Nelson Muy Lucero


 Los funerales...Recordando el Ayer

A mi abuelita la conocí valiente y decidida, dicharachera, simpática y a veces bravucona. Todo lo que decía o hacía me cautivaba. Su mente abierta, tirando a rebelde, dueña de una intuitiva inteligencia, casi nada se le escapaba, con su rostro duro de piel arrugada y cremada por el sol, sus articulaciones deformadas señal inequívoca del paso de los tiempos. Sin olvidar su pasado y apegada a los recuerdos de su infancia junto a los suyos, tenía todo el encanto de una hada de los bosques.

Aquella mujer ingeniosa y divertida, era tan especial, era una persona que te cautivaba y te transportaba a través del tiempo con una facilidad asombrosa, Dueña de un rostro serio pero cuando sonreía denunciaba su ternura. sus ideas las iba hilvanando para írmelas hablando y contando una tras otra bellas historietas de todo y de todos, con una nitidez y naturalidad impresionantes, adornados con ese humor ingenioso y divertido que te hacía reír constantemente mientras navegábamos  por el túnel de los recuerdos en el tiempo...eufórica comentaba de sus vivencias en familia...¡tengo la cabeza más buena que la tuya, me decía mientras sonreía...!

¡Casi nada!, más de noventa años llenaban la vasija de vida en esta buena mujer. ¿Quizás fue ella la predestinada de su generación que nos quedaba para recordar y contar con tanta lucidez aquellos sucesos de su tiempo?

En una cierta ocasión se le ocurrió decirme algo de lo que ella presentía...que hoy la gente se moría de cualquier cosa, pero la verdad era me decía, que uno se muere cuando le había llegado la hora.

¿Abuela Rosa, qué le parecería a usted, si les escuchara a sus nietos tutear a sus padres?

“No me parecería bien decía. La verdad es que a mí no me gustaría, porque sería como perderles el respeto. Los padres siempre deben ser los padres... ya está. Hoy parece que los padres y los hijos son familia pero en retirada, alejados. Antes en las casas se hablaba más entre la familia”.

¿Recuerda usted cómo era la noche de un velatorio, Abuela Rosa?

“Todos en el pueblo íbamos al velatorio; unos antes y otros después. Por cualquier cosa se reía uno, pero aquello no era bonito. En la madrugada se conversaba de todo, como si olvidáramos el momento. Las botellas nunca faltaban, con licor o gaseosa daba igual, los dulces, las roscas acompañando al café negro, y en la madrugada el hirviente caldo de gallina...mientras por la mañana se visitaba cuando uno podía. Al acompañamiento iba muchísima gente. Ahora esta costumbre  ha cambiado radicalmente. Los velatorios ya no son lo que fueron”.

En los años que pasaron, los gualaceños nacían y morían en su casa, rodeados de los suyos y de lo suyo. Ahora contamos con la existencia de los amplios salones acondicionados para el velatorio; hoy al difunto se le saca de su casa para trasladarlo al negocio rentable de la muerte, “al gran salón de velaciones”.

Es un paso que dimos sin meditarlo en el tiempo, rumbo a una nueva costumbre -seguida por todos- , dándose por terminado radicalmente con una de las tradiciones gualaceñas más antiguas: el velatorio en la casa del anfitrión, “el muerto”.

No podemos negarlo bajo ningún sentido, lo sabemos bien, pero los gualaceños hemos ido de forma imperceptible, acabado de sacar de casa casi todo tipo de celebraciones: los cumpleaños, aniversarios, primeras comuniones, reuniones familiares, etc.

Pero para los adultos mayores que han visto morir a sus abuelos y padres en casa, en su habitación, en su cama, siempre será un cambio total, que muchos no acabarán aceptándolo: “Yo nací en esta casa y aquí moriré” será la sentencia heredada tradición de los respetados mayores...afirmándola como su última voluntad. Aunque una vez muerto, ningún caso harían a su razón y opinión.

En la actualidad, vemos al salón velatorio como un lugar limpio y acondicionado, un lugar pensado y diseñado para satisfacer todas las necesidades de los familiares en esos momentos de dolor...como una forma cómoda y práctica para despedir a un ser querido,  

Recordemos algo de mi infancia, aquellos velatorios en la “casa del muerto” fueron uno de los actos sociales que siempre me impresionaron. Lejano quedo ya aquél pequeño pueblo donde los niños nos criamos rodeados de adultos mayores, a los cuales hemos visto envejecer, enfermar e incluso morir. La muerte en el pueblo nunca se le ha ocultado a un niño, lo hemos sentido como algo normal y natural.

Así ocurría en un velatorio tradicional:

El anuncio de la muerte de un gualaceño, recorría el pueblo como la pólvora. No era como en las grandes ciudades donde no se enteran ni los vecinos. Este era un acto social al que todo gualaceño se veía obligado a asistir, como señal de solidaridad y vecindad. En los conversatorios nos enterábamos que eran muchos los gualaceños que anticipándose a su muerte le dejaban encargando a un familiar el traje que querían que se les ponga el día de su entierro, hasta para morir nos asombraba “la coquetería”. Una vez amortajado al cadáver se le colocaba el ataúd en la habitación principal de la casa en donde se le velaría toda la noche con su cuerpo presente. Empezando el desfile, llegando primero los parientes, vecinos y amigos cercanos y posteriormente los más lejanos. Las primeras horas del velatorio de mucha nostalgia, acompañado de lloros, lamentos y rezos.

Las frases especialmente acondicionadas para el caso y repetidas rutinariamente, las aprendimos de memoria: “Siempre se adelantan los mejores...Era bondadoso el finado...Era el mejor de todos...Ha pasado a mejor vida...Por lo menos dejó de sufrir...Hoy estamos, mañana no estaremos...No somos nada...Parece que está dormido...que guapo está...Está descansando...Trabajo tanto y para que...pájaro muerto en jaula acabada...Es la ley de la vida, etc.” Es mi modesta opinión si no sabes que decir, es mejor no decir nada, limítate a estar allí demostrando tu aprecio y acompañándole a su familia.

Conforme van transcurriendo las horas,  las mujeres son las quedan en la estancia donde se encuentra el muerto. Cada vez que entra un nuevo “velador” se rompe el silencio con lloros  y expresiones de dolor de los más allegados por el difunto. Los hombres se acomodan en otros lugares o en la calle, donde casi siempre había una hoguera. Pasaban la noche entre cigarro y cigarro, arrimando palos a la lumbre. Como lo diría el refrán: “Estás más caliente que el cenicero de un velatorio”. El único que no fumaba en el velatorio era el muerto.

En el velatorio las mujeres  sentadas en la habitación, vestidas de un luto riguroso,  con sus lloros y oraciones, dando cumplimiento a su papel eterno de cuidadoras y protectoras sensibles de la familia;  Por eso se decía que llorar era cosa de mujeres. Los hombres en el otro lado del salón o en la calle, no lloraban ni rezaban, más distantes de la situación, entablando conversaciones relacionadas con el tiempo, trabajo, política, o las famosas anécdotas del muerto, si es que los había.

Mientras avanzaba la noche daba comienzo a la segunda fase, la más animada y esperada, la que marcaba la diferencia entre un velatorio y otro.  Aquí  las mujeres ejercían su papel histórico recorriendo la casa con bandejas de comida: roscones, mantecados, galletas, embutidos, café, aguardiente, coñac, vino, etc. Con este catering esperado y obligado se animaba la situación y comenzaban a contar chistes, chascarrillos graciosos, criticas. etc. Creando situaciones en las que hay que imponer orden más de unas cuantas veces, principalmente en las horas de la madrugada, que se veían interrumpidas por el mandar a callar propinadas por las mujeres.

En las frías madrugadas, se comenzaba con la tercera fase del acompañamiento, en la que los menos allegados se marchaban, quedándose únicamente los familiares más cercanos. Era la fase donde vencía el cansancio llegando el sueño, escuchándose  los ronquidos, los lamentos entrecortados. El velatorio terminaba al comenzar el funeral, seguido por el entierro.

Antes era así...todos asistíamos al velatorio, unos antes y otros después...pero se llegaba...era casi, casi como una obligación... ¡Así vivía mi pueblo, aunque usted no lo crea!

Hoy con los salones de velación, con un horario de apertura y cierre, todo es más funcional, un amplio aparcamiento, cafetería, tiendas donde comprar flores y todo tipo de recuerdos mortuorios. Al protagonista de la noche, el muerto, colocado en su cajita, bien vestido y maquillado, igual que un maniquí en la tienda de modas...queda encerrado por el resto de la madrugada...Es más cómodo y más descansado. Tú allí sólo tienes que encargarte de llorar...el resto esta encubierto.

Para finalizar...este relato lo hice en homenaje a mis abuelitos SALVADOR Y  ROSA MARIA, quienes fallecieron de muerte natural, pero lejos de su casita de campo y de quienes más los querían...pero agradezco a la vida por haberlos conocido y recibido de ellos su afecto y cariño.


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