viernes, 6 de junio de 2014

"Es bueno ser observador...para luego decidir lo que será mejor"



YO Viví…incrustado en el diseño de unA ARQUITECTURA CAMPESINA

Por Dr. Nelson Muy Lucero MD.

 
Gualaceo y sus praderas

“Una mirada emprendedora se detiene, olfatea, identifica, se apasiona, empieza a soñar, a imaginar, a crear… Poco a poco aquellas formas empiezan a tomar sentido, paso a paso concuerdan los pensamientos, al juntarse los ideales, logran desempolvar las superficies… y al desentechar lo fabricado, descubrimos un escrito lapidario en un dintel…era la fecha de nacimiento de aquella edificación…”.

En mis recovecos de mi juvenil vida, he recorrido por aquellas “viejas casonas de haciendas”, incluida aquella que mis padres compraron en el centro de la urbe gualaceña, en las que pude descubrir sobre sus paredes los decorados a pincel, pinturas murales y papel tapiz.

Me recuerdo mirando a los detalles y los espacios de aquellas construcciones que bien deberían haber sido considerados como el auténtico “Patrimonio Rural”…hoy esto me causa nostalgia…peor aun cuando me contaron los vecinos cómo se fueron derruyendo lenta y paulatinamente todo lo edificado por los “nuevos dueños” de esos bienes (las casas de haciendas), porque ignoraban el verdadero valor de lo que poseían y sin poder reconocer lo que aquello  representaba para la ciudad.

Tuve la dicha y la fortuna de poder “guarecerme” bajo los amplios aleros cuando las pertinaces lluvias solían caer sobre mi pueblo;  cobijándome y deleitándome con esos ambientes construidos bajo el techado de pilastras y anchos paredones,  gozando de una autentica ARQUITECTURA RURAL. Fueron lugares rodeados de extensas y productivas tierras dedicadas a la agricultura, obteniendo como compensación la respiración de un aire puro, viviendo protegidos de los factores climáticos por esos anchos tapiales,  paredes de paja y tierra que nos proporcionaban “abrigo” frente al frio del invierno y prodigándonos de “frescura” frente al caluroso ambiente…mi suerte fue vivir rodeado de una naturaleza, en paz y silencio…ese hábitat eternamente grato lo viví, cuanto lo añoro, es al mismo al que hoy todo el mundo parece volver a buscarlo, como si estuvieran pretendiendo huir del bullicio de la ciudad, empujados por el maltrato psicológico producido por el intenso caos y del obligado encierro en sus cuartos de permanencia, como si se trataran de celdas frías, sin lograr jamás habituarse a las nocivas normativas de una arquitectura de los espacios reducidos, que siempre estarán de la mano con el status económico y especulativo de la grandes urbes.

Mientras tanto por allá muy lejos, en las juntas parroquiales, se ufanaban hablando en favor de sus bienes patrimoniales, pero lo único que a mi parecer aprendieron es colocar su pensamiento en las iglesias como si solo estos lugares fueran los únicos bienes existentes en el contexto del patrimonio rural, el tiempo me fue dando la razón, pues no se quería ver la realidad; pero tampoco era difícil comprobar que para aquella ARQUITECTURA fabricada por los campesinos, jamás existió ni existirá en muchísimo tiempo ninguna planificación que pretenda lograr su rescate.

Son nuestros pueblos y es aquí donde quisiera creer que si podríamos mantener lo que queda de aquello que forma parte de nuestra historia, de nuestra identidad comunitaria, por que proviene de muy lejos de la vieja época prehispánica, como las tradiciones populares,  la venta de las hierbas medicinales, las limpias,  los dulces caseros, la preparación de las especerías, etc. Son en definitiva una parte importante de nuestra identidad y hay que rescatarlas, entendiendo que el desarrollo no significa abandonar el patrimonio en lo tangible, peor en lo intangible.

Todo me parece estar confabulado…mucho me temo, que moriré con ese gusto y pasión por “La Arquitectura Campesina” que en aquel ayer, fuera practicada por mi abuelo Salvador y mi padre Efraín, junto a ese centenar de gentes “obreros” que lograron plasmar las ideas manufacturándolas, previamente eligiendo el lugar y señalando el área donde vivir, para luego construir batiendo el barro en mezcolanza con la  “paja de cerro”, levantando paredes y entechando las casas, previamente encarrizadas e impermeabilizadas con el propio barro…luego de terminada la obra, llegaban los padrinos, elegidos para la puesta o colocada de la cruz, desencadenándose la fiesta acompañados de la “banda de pueblo”, lanzando desde el techo los “capillos” –monedas- sobre los asistentes, que arremolinados niños y adultos trataban “a empujones” de recoger lo que podían…así ocurrieron esos hechos, quedando lo contado, como un hermoso recuerdo de las “casitas campesinas” que no volverán a festejarse más.

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